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EL DESCUBRIMIENTO DE LOS OTROS

Indios en La España Moderna

BAUTIZO Y HERRAJE DE AMERINDIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

BAUTIZO Y HERRAJE DE AMERINDIOS  EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

Como es bien sabido, varios cientos de amerindios cruzaron el océano en el siglo XVI rumbo a la metrópolis. Llama la atención, el cuidado que se tenía para que todos estos supuestos paganos fuesen bautizados. Tras cumplir con el ritual, si eran esclavos, se procedía a su herraje y a su venta.

Cuando se cumplimentaba este ritual católico normalmente se le cambiaba su nombre indígena por otro castellano, normalmente el de su dueño. En este sentido, por ejemplo, una india de Juan Pontiel de Salinas declaró que al llegar a España se le puso por nombre Catalina pues también "su ama se llamaba así". En otras ocasiones se optaba por el de una persona querida, o incluso, por el de algún miembro de la familia real, a modo de pequeño homenaje. Por ello son muy frecuentes entre los esclavos nombres como el de Isabel, Juan, Juana, Carlos o Felipe.

Ya los indios que trajo Cristóbal Colón a la corte de los Reyes Católicos, en 1493, fueron bautizados de manera pintoresca según nos consta por la descripción que hizo el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo:

 

Y ellos de su propia voluntad y (a)consejados, pidieron el bautismo; y los Católicos Reyes, por su clemencia, se lo mandaron dar; y juntamente con sus Altezas, el serenísimo príncipe don Juan, su primogénito y heredero, fueron padrinos. Y a un indio que era el más principal de ellos, llamaron don Fernando de Aragón, el cual era natural de esta isla Española y pariente del Rey o cacique Goacanagarí; y otro llamaron don Juan de Castilla; y los demás se le dieron otros nombres, como ellos los pidieron o sus padrinos acordaron que se les diese conforme a la iglesia católica”.

 

Evidentemente esta presencia regia, apadrinando incluso a los nuevos cristianos, así como el boato que seguramente presidió la ceremonia debió ser algo muy excepcional. Ya en la época se intuyó la importancia que tenía tal acontecimiento, pues, no en vano, se trataba de los primeros habitantes del Nuevo Mundo que pisaban tierra europea. Esos bautizos debieron simbolizar algo así como el punto de partida de una nueva expansión de la cristiandad. A continuación, queremos transcribir el texto de la primera partida de bautismo de dos indios en el monasterio de Guadalupe:

 

 

Viernes XXIX de este dicho mes, se bautizaron Cristóbal y Pedro, criados del señor Almirante don Cristóbal Colón. Fueron sus padrinos, de Cristóbal Antonio de Torres y Andrés Blázquez. De Pedro fueron padrinos el señor Coronel y Señor Comendador Varela, y Bautizolos Lorenzo Fernández, capellán”.

 

Realmente el interés que tiene este documento, dado a conocer por Sebastián García O.F.M., es que necesariamente es el primero de esa naturaleza. Ni que decir tiene que se conservan cientos de registros similares de bautizo de indios en decenas de parroquias españolas. Sin ir más lejos, en los propios registros de Guadalupe se conserva, otra partida del 9 de junio de 1549 en la que se bautizo el tlaxcalteca Juan Dueñas, figurando como padrinos el padre Alonso Álvarez, el licenciado Bravo, alcalde, y el doctor Arteaga, médico. El resto de los indígenas fueron bautizados como cualquier creyente, asentándose sin diferencia alguna en los registros de bautismo de las parroquias de aquellas ciudades a las que llegaban.

Son innumerables los casos que conocemos de indios que llegaron a España sin marca de esclavitud y que fueron herrados con posterioridad. Esto le ocurrió, por ejemplo, a la india Catalina, propiedad del carmonense Juan Cansino, que declaró haber sido herrada en la cara "para poderla vender, porque nadie la quería comprar". Para marcarla como esclava no tuvo más que ordenárselo a "uno que vive junto a la carnicería" lo cual efectuó sin demora porque el mencionado Juan Cansino no sólo era regidor, sino que pertenecía a una de las familias llegadas a Carmona tras la Reconquista y, por tanto, de las más influyentes de la localidad.

Asimismo el capitán Martín de Prado herró a su indio Pedro en la cara con una "C", porque supo que pretendía solicitar al Consejo de Indias su libertad. Incluso conocemos el incidente de otro indio que intentaba escaparse de la injusta esclavitud que le quería imponer su dueña, doña Inés Carrillo, al optar ésta por colocarle "una argolla de hierro al pescuezo esculpidas en ellas unas letras que dicen “esclavo de Inés Carrillo, vecina de Sevilla a la Cestería”. No es el único que encontramos con esta característica argolla, muy frecuente también entre los esclavos negros, pues, otro aborigen, llamado Francisco, cuando fue adquirido, su dueño, Juan de Ontiveros, se la mandó colocar. Pero, incluso, debemos decir que la opción de la argolla no era la más dramática, pues, sabemos que un indio que vendió en Sevilla Gerónimo Delcia a Diego Hernández Farfán tenía una marca en la cara en la que se podía leer: “esclavo de Juan Romero, 7 de diciembre de 1554”. Estas marcas en el rostro, selladas a fuego, eran comúnmente aplicadas a los esclavos en la España de la época.

Los motivos que llevaban a sus dueños a querer señalarlos están bien claros. No debemos olvidar que desde muy pronto comenzaron a imponerse grandes restricciones a la esclavitud indígena. Muchos españoles, que legalmente habían comprado sus esclavos, querían asegurar su compra consumando su condición servil con una marca externa. De esta forma creían evitar que los oficiales reales incluyesen a sus indios entre los sospechosos de ser libres.

Ante esta situación, que llevó a muchos españoles a marcar indios que habían sido esclavizados fraudulentamente, la Corona prohibió tal práctica. Así por una Real Cédula del 13 de enero de 1532 dispuso que no se marcase a los indios en la cara como era costumbre “y el que lo haga lo pierda”. Dos años después, ante la reiterada violación de esta disposición, la Corona manifestó su malestar en un escrito dirigido a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla y en el que decía textualmente:

 

Por parte de Juan de Cárdenas me ha sido hecha relación en este Consejo que en Sevilla hay muchos indios naturales de la Nueva España y de otras partes de las Indias los cuales siendo libres los tienen por cautivos y siervos. Que no se vendan ni hierren porque sabemos que los que los traen los hierran en el rostro o les echan argollas de hierro a la garganta con letras de sus propios nombres en que dicen ser sus esclavos...”

 

Nuevamente volvemos a comprobar el profundo divorcio que existió en la España Moderna entre la teoría y la praxis que llevó a muchos propietarios a obviar la ley y seguir herrando a sus esclavos. Pero a la larga esta medida fue un paso más hacia adelante en el proceso por acabar con la trata de indios con destino a los mercados esclavistas peninsulares.

 

PARA SABER MÁS:


 

FRANCO SILVA, Alfonso: "La esclavitud en Sevilla entre 1526 y 1550", Archivo Hispalense Nº 188. Sevilla, 1978.

 

 

MIRA CABALLOS, Esteban: Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000.

 

 

GARCÍA, Sebastián O.F.M.: “Guadalupe en Indias: documentación del Archivo del Monasterio”, en Extremadura en la evangelización del Nuevo Mundo. Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1990.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LOS PRIMEROS INDIOS AMERICANOS REPRESENTADOS EN EUROPA (1494)

LOS PRIMEROS INDIOS AMERICANOS REPRESENTADOS EN EUROPA (1494)

Acabo de conocer la noticia a través del blog de mi amigo don Manuel del Monte que a su vez se hace eco de un artículo publicado por Sylvia Poggioli en "The Two-way". En él se habla de la limpieza de un fresco en los apartamentos Borgia del Vaticano, pintados por Pinturicchio a finales de 1494 en el que se observan varios amerindios, presumiblemente taínos de La Española.

No deja de ser relevante el que aparezca en una fecha tan temprana una representación de los indígenas americanos lo que nos da una idea de lo avanzado que estaba ya a finales del siglo XV el proceso de globalización.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL PASEO POR ESPAÑA DEL CACIQUE DE LA FLORIDA, LUIS DE VELASCO (1566-1567)

EL PASEO POR ESPAÑA DEL CACIQUE DE LA FLORIDA,  LUIS DE VELASCO (1566-1567)

Las autoridades españolas tuvieron un trato muy diferente y favorable con los indios pertenecientes al grupo caciquil. Se trataba de una postura que tenía rancias raíces históricas en el solar peninsular, pues, en las célebres Partidas del Rey Alfonso X se recomendaba que se prestase especial atención a los hijos de los nobles. Además, había precedentes mucho más cercanos en el tiempo, pues, ya los portugueses, en su proceso de expansión atlántica por el África Negra, habían llevado una política similar de respeto a los privilegios de los reyezuelos locales. Sin embargo, al margen de los precedentes históricos, había una realidad evidente de la que las autoridades españolas no tardaron en percatarse y era la fe ciega que los indios profesaban a sus caciques. Así, pues, la postura oficial de reconocimiento de la nobleza indígena tenía su lógica, mucho más allá de la tradición histórica, pues se tenía claro que, atrayéndose al grupo caciquil, se podría controlar mucho más fácilmente al grueso de los indios. Por ello, una de las principales estrategias utilizadas por las autoridades españolas para hispanizar al indígena fue precisamente, como afirma István Szászdi, la conversión y transformación de los caciques en vasallos ejemplares a los ojos de sus distintas comunidades indígenas.

Desde las primeras décadas del siglo XVI se expidieron una serie de disposiciones tendentes a igualar el estatus de los caciques indios con el de los hidalgos castellanos. De hecho, desde muy pronto se expidieron autorizaciones para que algunos indios de alto rango social utilizasen el título de "don". Concretamente, tal merced fue concedida en la temprana fecha de 1533 a don Enrique, indio alzado en las sierras del Bahoruco en la Española y, con posterioridad, a un sinnúmero de indios. Y hasta tal punto fue cierta la intención de equiparar a estos caciques con la nobleza española que incluso encontramos algún caso, como el del indio Melchor Carlos Inga, descendiente de Hueyna Cápac, a quien en 1606 se autorizó su ingresó como caballero de la Orden de Santiago.

Algunos de estos nobles indígenas decidieron viajar a España, la mayoría para reivindicar ciertos derechos pero otros por simple curiosidad, como un turista del siglo XVI. Especial, aunque no único, es el caso de don Luis de Velasco, cacique de la Florida, y otro amerindio que traía como criado o acompañante, arribó a España en 1566, encontrándose en Madrid en diciembre de ese año. En la capital de España residió hasta el 12 de junio de 1567 en que regresó a Sevilla. No sabemos por qué motivo el trato dispensado a este indio fue muy especial. Además de la pensión de cinco reales diarios, abonados entre primeros de enero de 1567 y el 12 de junio de ese mismo año, a este cacique se le agasajó con todo tipo de lujos que costaron a la Corona varias decenas de miles de maravedís. Se le alojó en una posada de Madrid, cuyo importe se abonaba aparte de su salario a través del beneficiado de la iglesia de Santa Cruz de Madrid, que a la sazón había sido el encargado de buscarle una residencia adecuada en la capital española. Los gastos en vestido y calzado para él y su mozo fueron absolutamente desproporcionados y costeados por la Corona en diversos descargos fechados sucesivamente en diciembre de 1566, y en marzo y abril de 1567. El noble indígena vestía a la usanza castellana, con sombrero, zapatos, capa y espada y, cuando acudía a misa, lo hacía provisto con un rosario que le regalaron. De entre todas los enseres que don Luis de Velasco poseía tan sólo había uno que recordaba su origen americano: tenía un arco y compró en varias ocasiones casquillos para las flechas porque debía tener buena destreza con el arma y, cuando la ocasión lo permitía, deleitaba a los presentes con sus buenas artes.

           También, adoptó las costumbres propias de los castellanos, acudiendo con regularidad a lugares tan cotidianos como la barbería para "quitarse el pelo". Asimismo, iba regularmente a misa, todos los domingos y fiestas de precepto, concretamente al templo de Nuestra Señora de Atocha, entregando en cada ocasión un real de limosna. En algunas ocasiones acudía al mencionado templo a cumplir con el sacramento de la confesión, como se desprende de uno de los descargo de Ochoa de Luyando:

 

           "Víspera de la Trinidad y domingo siguiente le dio trece cuartos que le pidió que dijo se iba a confesar a Nuestra Señora de Atocha (52 maravedís).

 

           E incluso, se permitía acudir a Nuestra Señora de Atocha para encargar una misa propia, como ocurrió el 26 de marzo de 1567 en que le pidió tres reales a Ochoa de Luyando para "hacer decir una misa y pagar un real que dijo que debía y para dar limosna". Pero, es más, se paseaba por las calles de Madrid, a la usanza de los grandes nobles de España, repartiendo limosnas allá por dónde iba. Normalmente lo hacía los domingos donde, además de la cuantía entregada en la colecta, daba otras limosnas suponemos que a los indigentes y pedigüeños que habría a las puertas del templo, gastándose regularmente entre uno y dos reales.

Del resto de sus actividades diarias es muy poca la información que nos ofrece la documentación. Tan solo encontramos en la relación de gastos presentada el 22 de marzo de 1567 un pequeño descargo que decía así: "por ver un retablo que se representaba 16 maravedís". Se trataba de una especie de representación teatral de temática sacra que, habitualmente en esta época, se escenificaba dentro de los templos.

           Finalmente, el 12 de junio de 1567 partió de Madrid con destino a Sevilla. Probablemente, el silencio documental nos evidencia que debió embarcarse sin problemas con destino, primero, a Nueva España, y luego, a su tierra de origen en la Florida.

 

PARA SABER MÁS:

 

MIRA CABALLOS, Esteban: Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000.

 

TALADOIRE, Éric: D’Amérique en Europe. Quand les Indiens découvraient l’Ancien Monde (1493-1892). Paris, CNRS Éditions, 2014.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA LLEGADA DE INDIOS ESCLAVOS A SEVILLA, DESPUÉS DE LAS LEYES NUEVAS DE 1542

LA LLEGADA DE INDIOS ESCLAVOS A SEVILLA,  DESPUÉS DE LAS LEYES NUEVAS DE 1542

Después de las leyes Nuevas de 1542 en que se prohibió, al menos en teoría, la esclavitud de los indios, se siguieron vendiendo indios esclavos. En una carta del licenciado Cerrato, de la audiencia de Santo Domingo a Su Majestad, fechada el 18 de diciembre de 1547, se decía muy claramente:

 

        “Vuestra majestad tiene mandado que no se saquen de aquí indios ni indias para Castilla ni para otras partes, y puesto que aquí se pone sobre ello toda la diligencia que se puede, no basta para que no lleven hurtadas a lo menos las mujeres porque en Tierra Firme las venden públicamente en almoneda, y en Sevilla dicen que lo mismo. Y en esto los oficiales de Sevilla tienen mucho descuido porque a los que de aquí llevan indias hurtadas no solamente no se las hacen volver pero se las dan (Folio 3r.) a ellos mismos para que las tenga, de donde ha procedido mucho atrevimiento para llevarlas hurtadas. Según la prisa les dan, yo creo que muy presto no habrá indio ni india en esta isla y aún en hartas partes de las Indias”. (Margen izquierdo: a los oficiales de Sevilla que tengan especial cuidado que no se vendan estas indias). (AGI, Santo Domingo 49, R. 17. M. 108. Reproducido por RODRÍGUEZ MOREL, Genaro: Cartas de la audiencia de Santo Domingo, T. II, Santo Domingo)

 

        El Consejo de Indias acordó que se notificase a los oficiales de la Casa de la Contratación que no permitiesen la venta de indias en Sevilla. Pero queda claro que estos funcionarios hacían la vista gorda, igual que algunas autoridades de la isla, pues permitían que se sacaran naturales con destino a los mercados esclavistas de Tierra Firme y de España. Y el licenciado Cerrato decía más, si no se erradica esta práctica en pocos años no quedará en la isla ni un solo nativo, lo que desgraciadamente terminó ocurriendo.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA NACIÓN AMERINDIA EN LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

LA NACIÓN AMERINDIA EN LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

        En un rincón del claustro de la Catedral de Badajoz se encuentra este lienzo anónimo de la Adoración de los Reyes Magos, obra manierista probablemente del primer tercio del siglo XVII. Su calidad es modesta, al menos en comparación con otras composiciones de la misma temática, como la que el badajocense Luis de Morales hizo un siglo antes para la misma Catedral, conservada actualmente en su museo, o la que el gran Diego Velázquez compuso y que se conserva en el madrileño Museo del Prado. Puede que la Adoración de Morales tenga más valor pero ésta que ahora comentamos posee una novedad digna de ser reseñada.

Obviamente aparece la clásica iconografía de los Tres Reyes Magos, el primero arrodillado y con la corona en el suelo en señal de respeto y sumisión al Niño Jesús, el verdadero Rey Supremo. En los evangelios solo Mateo (II, 1-12) se refirió a ello, sin concretar demasiado: habiendo nacido Jesús en Belén, durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo...

        Los nombres de los tres Magos aparecen por primera vez en un mosaico de San Apolinar Nuevo en Rávena, datado en el siglo VI d. C. Al parecer, provenían de Oriente y representaban a las tres partes del mundo y las tres razas conocidas en la antigüedad: Europa, Asia y Africa. Curiosamente en este lienzo aparece un pequeño perro en un primer plano, muy a la usanza manierista, emulando lo que Tintoretto había hecho en su famoso cuadro de El Lavatorio (Museo del Prado).

        Pero la verdadera particularidad de esta obra es el hecho de que en la parte baja del cuadro, junto al primer Rey Mago, aparezca ¡un indígena americano!, representado semidesnudo y con una aljaba con flechas colgada a la espalda. El nativo se representa de forma estereotipada, como se veía en Europa al buen salvaje.

El autor quiso incorporar a la cuarta raza del mundo conocida en el siglo XVII, aunque no quiso otorgarle el rango de Rey Mago, evitando un posible conflicto con la tradición iconográfica y con el dogma. Los amerindios eran vasallos de la Corona de Castilla, como los declaró Isabel la Católica, y eran personas racionales, dotadas de alma, como los declaró varias décadas después el Papa Paulo III. Pero en realidad nunca dejaron de ser vasallos rústicos y cristianos de segunda, subyaciendo la vieja idea planteada en antiguos concilios eclesiásticos, de que un mal cristiano valía siempre más que un buen pagano. La raza amerindia aparece, pero en un nivel inferior a las otras tres razas del mundo, representadas cada una de ellas por un Rey Mago. No obstante, era un tímido paso en el reconocimiento de la nación amerindia.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

DESCENDIENTES DE LA REALEZA MEXICA E INCA EN ESPAÑA

DESCENDIENTES DE LA REALEZA  MEXICA E INCA EN ESPAÑA

A Castilla no sólo arribaron indios esclavos sino también un importante contingente de aborígenes libres y de mestizos. Los motivos por los que llegaron a España fueron sin duda muy diversos. Unos venían simplemente a conocer estos reinos, como si de un turista del siglo XXI se tratase. Ese fue el caso de don Gabriel y don Pedro, este último hijo del Rey del Imperio Azteca, Moctezuma, que llegaron acompañados por dos indios de servicio y tutelados por Francisco de Santillana a ver las cosas de España. Ya el 24 de julio de 1533 se le concedió al hijo de Moctezuma el cargo de Contino de la Casa Real para que de esta forma se pudiese mantener. El 22 de noviembre de 1540 solicitaron pasaje para volverse a Nueva España, pero dos años después, al menos don Pedro, continuaba reclamando permiso para retornar a México. Lástima que estos indios no dejasen ningún testimonio escrito de su viaje por tierras castellanas que hubiese sido tremendamente revelador para los historiadores y seguro que también fuente de inspiración de literatos. En cualquier caso queremos insistir en el buen recibimiento que las autoridades españolas proporcionaron siempre a los indios nobles en contraposición al desprecio que sentían por el resto de los miembros de la etnia. Incluso, sabemos que Juan de Moctezuma llegó a poseer por disposición Real una renta de 2.000 pesos de oro, situada nada menos que en los "indios vacos de México". Está claro el trato preferente dispensado por las autoridades españolas a los indios nobles, conscientes de que la mejor garantía de la sumisión de los indios estaba en el control de sus caciques.

Los descendientes del tlatoani mexica que viajaron a España fueron muy numerosos, algunos de los cuales fijaron aquí su residencia. El primero en hacerlo fue un hijo de Moctezuma II, Martín Neçahualteculchi, que estuvo en España en dos ocasiones y que al parecer lo hizo para besar las manos del emperador. Es posible que se tratase de una forma de pleitesía de la antigua nobleza azteca al nuevo tlatoani de México, es decir, al emperador Carlos V. Al parecer, se desposó con una española y de vuelta en México, murió envenenado por sus propios congéneres.

Poco después, a finales de la década de los veinte, don Pedro Moctezuma, en aquel momento único descendiente varón del tlatoani, llegó a España acompañado de un séquito de indios, entre ellos don Francisco de Alvarado Matlaccohuatzin. Regresó en 1530 en el mismo navío que Hernán Cortés. Pero este descendiente directo de Moctezuma retornó a la Península tres años después, pues sabemos que en 1533 estaba de nuevo en tierras españolas, en esta ocasión junto al indio don Gabriel, acompañados por dos indios de servicio y tutelados por Francisco de Santillana. Ambos caciques permanecieron en España varios años, donde recibieron honores y privilegios propios de la alta nobleza española. Incluso el Rey tuvo a bien darle una importante merced, de esas que hasta ese momento estaban reservadas para los conquistadores españoles. Concretamente le concedió 2.000 pesos de oro a perpetuidad sobre "los indios vacos de México". El 22 de noviembre de 1540 solicitaron pasaje para volverse a Nueva España, retornando a su tierra en 1541.

         Un hijo de don Pedro Moctezuma, Pedro Luis fue obligado a emigrar a España en 1567. Heredó el mayorazgo de su padre por fallecimiento de su hermano mayor y se desposó con una noble de la casa del duque de Alburquerque. Fijó su residencia en Guadix, aunque le sorprendió la muerte en Valladolid el 31 de mayo de 1606. Su hijo primogénito, Pedro Tesifón Moctezuma de la Cueva, nacido en 1581, ostentó un hábito de Santiago y en 1627 recibió dos títulos nobiliarios, el de vizconde de Ilucán, primero, y después el de conde de Moctezuma de Tultengo. Una nieta de éste fue la esposa del virrey de Nueva España, José Sarmiento de Valladares, siendo elevado el título, en el siglo XIX a la categoría de ducado.

         También los naturales de los Andes acudieron a España. Entre ellos nos consta la estancia de Felipe Guacra Paúcar del que no tenemos mucha información. Un siglo después eran los curacas Lurin Guanca y Jerónimo Lorenzo Limaylla quienes estuvieron en la Península Ibérica, presentando algunos memoriales en seguimiento de un pleito sobre el curacazgo del primero. Al parecer, el segundo tenía poder del primero y permaneció varios años en España, e hizo el trayecto de ida y vuelta en varias ocasiones con el objetivo de seguir el proceso. Otros curacas andinos estuvieron en España, como don Carlos Chimo, cacique de Lambayeque, en 1646, y Antonio Collatopa, curaca de Cajamarca.

           Los descendientes de la familia real incaica también protagonizaron numerosos viajes a Europa. Tenemos noticias de don Francisco Inga Atabalipa quién acudió a la Corte Real a hablar de ciertos asuntos con los miembros del Consejo de Indias. El veintitrés de agosto de 1563 se expidió una Real Cédula para que se le pagasen al citado cacique los maravedís que fueran necesarios para su mantenimiento. El dos de septiembre de ese mismo año Ochoa de Luyando descargaba al propio don Francisco Inga cincuenta ducados -unos 18.750 maravedís- para ayuda a su sustentación.

En 1603, se embarcó para España la huérfana Ana María Coya de Loyola, una india noble que el rey puso al cuidado de un tutor, don Juan de Borja y Castro, hijo del santo jesuita San Francisco de Borja. En octubre de 1619 había una novicia en el convento de las Bernardas de Vallecas, llamada María Colla que debe ser esa misma huérfana incaica. Sin embargo, poco después cuando cumplió los 18 años, la sacaron del cenobio y la desposaron con un caballero viudo llamado Juan Enríquez de Borja y Almazán, sobrino de su tutor. El matrimonio vivió suntuosamente en Madrid.

Además de estos miembros de la realeza mexica e incaica, encontramos un sinfín de caciques, curacas y descendientes de dignatarios prehispánicos que también se atrevieron a cruzar el charco. Famosos fueron los tlaxcaltecas, aquellos aliados de Hernán Cortés que tanto facilitaron la conquista. Los tlaxcaltecas eran un pueblo guerrero que tenía una larga historia de resistencia frente a la opresión de los mexicas. Durante años se alimentó el mito de su ferocidad, al resistir bizarramente el empuje de la confederación mexica. Algunos cronistas refirieron que eran tan buenos guerreros que Moctezuma con todo su gran poder no fue capaz de someterlos. Sin embargo, más bien parece que los confederados evitaron deliberadamente su conquista. Preferían tenerlos como enemigos permanentes para así, en las guerras floridas, obtener suficientes cautivos para sus sacrificios. Así se lo contó en una ocasión Moctezuma a Andrés de Tapia. El primer contingente de tlaxcaltecas que viajo a España lo hizo en 1528, en el cortejo de nativos que llevó consigo el metellinense Hernán Cortés. Se trataba de don Lorenzo Maxiscatzin, acompañado de Valeriano de Castañeda, Julián Quauhpitzintli, Juan Citalihuitzin y Antonio Huatlatotzin, todos ellos tlaxcaltecas. Arribaron al puerto de Palos el 27 de mayo de 1528 y regresaron a México en 1530. Cuatro años después, se personaron en la Corte los tlaxcaltecas don Diego, don Martín y don Sebastián, simplemente a ver y conocer a Su Majestad, regresando en 1535 con el virrey Antonio de Mendoza. No deja de ser interesante el motivo de la visita, que parece fruto de una curiosidad, aunque es posible que se trate también de algún tipo de pleitesía al soberano. Tan sólo cinco años después, en 1540 se produjo el cuarto viaje de tlaxcaltecas, protagonizado en esta ocasión por Leonardo Cortés y Felipe Ortiz, de los que no tenemos referencias sobre sus andanzas en la Península. Más información disponemos de los siguientes expedicionarios: Lucas García, Alonso Gómez, Antonio del Pedroso y Pablo de Galicia que, aunque no lo parezcan por sus nombres, eran caciques tlaxcaltecas. Estos obtuvieron varias mercedes, entre otras una fechada el 25 de abril de 1563 por la que se le concedía a la ciudad de Tlaxcala los títulos de muy noble y muy leal. En 1569 estaban de regreso en Nueva España. Y finalmente, en 1584 se produjo el quinto viaje de tlaxcaltecas a España de los que tenemos noticias. Don Antonio de Guevara, don Pedro de Torres, don Diego Telles y don Zacarias, acudieron a la corte, obteniendo al año siguiente el título de Muy Insigne para su querida ciudad de Tlaxcala. Entre 1589 y 1590 estaban todos ellos de regreso en su ciudad natal, con las mercedes conseguidas.

Unos años después encontramos a otro cacique que acudió en compañía de su mujer e hijos a la Corte de Carlos V. Se trataba del cacique Juan Garçés, que trabajaba en una hacienda de la Rivera de Toa, en Puerto Rico, y que arribó a España a nos informar de algunas cosas. En España debió ser recibido con los privilegios y con el trato preferencial que se les brindaba a todos los indios nobles. Por desgracia, no sabemos casi nada de su estancia en la Península, más que la petición formulada en febrero de 1528 para que le diesen pasaje para volverse a la isla de San Juan. El Emperador, como era de esperar dispuso que fuese encomendado a alguien "que lo trate bien y le de comer a quien sirva para que lo pase allá"

A finales de los años treinta, llegó a Sevilla el indio Martinillo de Poechos. Como es bien sabido fue entregado a Francisco Pizarro en el segundo viaje al Perú, en 1528. Aprendió con mucha facilidad la lengua castellana, siendo de mucha utilidad como intérprete. Pero por su fidelidad a Gonzalo Pizarro, en las guerras civiles, fue deportado a Panamá y despojado de sus privilegios. Junto a su esposa, Luisa de Medina, regresó a España para reclamar sus derechos, pero murió en Sevilla poco después del arribo.

Por su parte don Hernando Pimentel, señor de Texcoco, pidió permiso al Emperador, en 1554, para acudir a visitarlo. No sabemos mucho más de esta visita. Una década después, eran dos caciques de la ciudad de México, Lorenzo de Alameda y Martín de Aguilar, quienes llegaban a las costas hispanas a despachar algunos negocios. Pese a su aparentemente buena situación económica, en 1568 estaban pidiendo licencia de embarque y pasaje ya que decían manifestaban encontrarse en dificultades sin que nadie los ayudase.

           Muchos más datos tenemos de don Pedro de Henao, que acudió a la Corte en torno al año de 1584. Don Pedro era el cacique de los pueblos de Ipiales -donde él residía- y Potosti, ambos ubicados en el actual República de Ecuador. No sabemos, la fecha exacta de su primera arribada a la Península y a la Corte, aunque sí la segunda, ocurrida en 1584. Nuevamente, en esta ocasión el trato que recibió de la Corona fue exquisito, no escatimándose gastos para que el cacique se encontrase en la Península lo mejor posible. Para su estancia en Madrid, en una posada, manutención, vestido y calzado, así como por los gastos derivados de una enfermedad que padeció en la capital se desembolsaron nada menos que 1.279 reales, es decir, poco más de 116 ducados. Asimismo, se destinaron 243 reales para pagar los gastos del viaje de regreso de Madrid a Sevilla. No se abonó el pasaje porque llevaba un salvoconducto para que el general de la flota le diese, en la capitana o en la almiranta, pasaje gratuito a él y su criado, así como las raciones de comida que les correspondiesen. Y no fueron éstas las únicas mercedes reales que obtuvo, pues, la Corona decidió darle 500 ducados de los bienes de difuntos sin herederos para comprar ornamentos y cálices para la iglesia del pueblo de Ypiales. Igualmente, llevaba diversas cédulas: una de recomendación ante los oidores de la Audiencia de Quito, otra disponiendo que no hubiese servicios personales entre los indios y, finalmente, otra permitiéndole llevar un maestro de hacer azulejos y un organista, casados, con sus mujeres e hijos.

           Sin embargo, en el trayecto hasta Sevilla Henao debió sufrir un percance no bien aclarado en el que fue robado y despojado de lo que llevaba. Por ello, retornó de nuevo a la Corte donde no sólo consiguió duplicados de las cédulas otorgadas sino incluso otras mercedes firmadas por Felipe II. Y nuevamente se destinó una partida, esta vez de 100 ducados, para pagar los gastos del viaje de vuelta, incluyéndose una precavida observación, es decir, que la entrega del dinero se hiciese de la siguiente forma: los diez aquí, para con que se vaya a Sevilla, y los noventa en Tierra Firme, para con que se pueda ir desde allí a su tierra porque si acá se le dan lo gastará y no tendrá con qué poder hacer su viaje.

           Como ya hemos dicho, Henao se fue con todos sus objetivos cumplidos, llevándose bajo el brazo un buen número de concesiones y mercedes destinadas a mejorar tanto su propio estatu social como la vida diaria de los indios de su cacicazgo.

           Pero da la impresión que llegaron solo en el siglo XVI y primeros del XVII, sin embargo, tenemos referencias a algunos llegados en el XVIII. Fue el caso de Juan de San Pedro Andrade y Bejarano, cacique de San Juan Tecomatán, en el estado mexicano de Sonora, quien se presentó ante el Consejo de Indias en 1799 para reclamar una escuela pública de enseñanza religiosa y civil para su cacicazgo. Tras permanecer casi dos años en Sevilla, consiguió que se estimase su solicitud, aportando el consejo una pequeña cantidad y una orden aconsejando su erección.

 

PARA SABER MÁS:

 

MIRA CABALLOS, Esteban: Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000.

 

------ “Indios nobles y caciques en la corte real española”, Temas Americanistas Nº 16. Sevilla, 2003.

 

ROJAS, José Luis de: “De México a Granada: descendientes de Moctezuma en España” en El Reino de Granada y el Nuevo Mundo, T. II. Granada, 1994.

 

TADALOIRE, Éric: D`Amérique en Europe. Quand les Indiens découvraient l`Ancien Monde (1493-1892). Paris, CNRS Ëditions, 2014.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

PERVIVENCIA DEL INDIO EN SANTO DOMINGO EN LA ÉPOCA COLONIAL

PERVIVENCIA DEL INDIO EN SANTO DOMINGO EN LA ÉPOCA COLONIAL

 

          Por la rápida caída de la población aborigen en la Española, en general existía la creencia de que los indios prácticamente desaparecieron de la isla en la segunda mitad del siglo XVI. Sin embargo, la realidad es tozuda, y un documento de 1578 que me ha pasado el doctor Genero Rodríguez, demuestra que seguía habiendo bastantes amerindios en la isla.

          La mayoría llegaban de fuera, fruto de las armadas de rescate contra los Caribes que se seguían practicando, pese a que en teoría eran súbditos de la Corona de Castilla. De hecho, desde 1530 estaba vedado hacer la guerra y capturar a los indios, “aunque la guerra fuese justa”. Disposiciones posteriores en contrario, volvieron a dar impulso a este lucrativo negocio esclavista. Y digo lucrativo, porque el resquicio legal para cautivar a indios de guerra provocó que los traficantes capturasen miles de indios de paz. Los que organizaban una costosa armada de rescate debían conseguir indios esclavos por las buenas o por las malas para evitar la ruina de la empresa. Por eso una vez en Tierra Firme o en las islas supuestamente caribes, capturaban las piezas estuviesen o no de guerra porque lo importante era rentabilizar la inversión. Y tantos indios llegó a haber en Santo Domingo que el presidente de la audiencia el doctor Montemayor de Cuenca, se estaba planteando erigir un pueblo a seis leguas de Santo Domingo –a unos 33 kilómetros- con 200 de esos naturales, aculturados por doce indios de los antiguos y evangelizados por un fraile. No sabemos si llegó a ponerse en práctica dicha propuesta, pero el texto es indicativo de la presencia de varios cientos de indios foráneos en la isla.

          También se citan a los indios llamados de los antiguos, que es posible que tampoco sean tainos originarios de la isla, sino descendientes de otros indios foráneos llegados décadas antes.

          Muy llamativo es el caso del cacique que quemó en la hoguera injustamente a tres indios suyos y fue condenado a muerte por el alcalde Baltasar Rodríguez. Y digo que es llamativo por dos cosas: primero por la permanencia en la isla, en el tercer tercio del siglo XVI, de la estructura administrativa del cacicazgo. Y segundo, por la adopción de la hoguera como forma de castigo por parte de una autoridad indígena. Una práctica cruel que aprendieron de los españoles ya que ellos no la practicaban en la época prehispánica.

          En el siglo XVII también encontramos referencias a un pueblo de indios que había en la isla. Se trataba de la villa de Boyá –la actual Sabana Grande de Boyá- que estaba poblada exclusivamente por nativos. A mediados del siglo XVII en la “Relación Sumaria del estado presente de la Isla Española” redactada por el licenciado Luis Jerónimo de Alcocer, se mencionaba este pueblo de indios, añadiendo que apenas disponía de seis vecinos (Valle Llano, 2011: 91-92). Sin embargo, catorce años después, concretamente en una carta escrita por el arzobispo de Santo Domingo, el 4 de noviembre de 1664, declaró de la villa de Boyá lo siguiente: que la zona está muy despoblada y sus vecinos muy pobres, salvo la villa de Boyá, que, “como son indios, veinte familias la tienen en aumento. Los vecinos de las demás ni cultivan ni trabajan, aunque es tierra fertilísima” (Ibídem: 110-111).

          El dato tiene un extraordinario valor, porque procede de una visita pastoral a la localidad no de oídas. Y la población había crecido en catorce años pasando de apenas seis vecinos a veinte, es decir, había triplicado con creces su población. Pero es más afirma que la zona está en decadencia salvo Boyá porque son indios y sí cultivaban eficientemente la tierra. Está claro que en el antiguo refugio de Enriquillo seguía habiendo un reducto indígena, la mayoría o todos seguramente no naturales de la isla sino llegados del continente.

          Es casi seguro que algún contingente indígena llegó incluso hasta la Edad Contemporánea, pese al mito de su temprana extinción.

 

 

Apéndice

 

Carta del doctor Montemayor de Cuenca a Su Majestad, Santo Domingo 15 de febrero de 1578.

 

Sacra, Católica Real Majestad: por todas las vías que hay navíos procuro escribir y dar cuenta a vuestra majestad del estado de esta isla y de las demás cosas tocantes a su real servicio. Y así lo hago ahora en un navío que trajo las bulas del año pasado a esta isla y a las demás de ella sujetas y para Nueva España que vino con licencia de poder volvérselo…

Por una cédula de vuestra majestad, dada en dos de agosto de quinientos treinta años, está mandado que no se puedan hacer indios cautivos aunque sean en guerra justa y mandada hacer por provisión real y aunque los indios sean caribes y hayan dado causa a la guerra y aunque sean indios que en su natural y entre los mismos indios fuesen esclavos si no fuesen revocando esta cédula y haciendo expresa mención de esta cédula ni revocarla después. En veintidós de junio de cincuenta y ocho años se dio cédula en contrario para que a los indios caribes les puedan hacer guerra y hacerlos cautivos, reservando las mujeres y a los niños de catorce años para abajo, y de esta cedula se dio sobrecarta en diecisiete de julio de sesenta y tres. Y en virtud de esta cédula, dio provisiones para hacer guerra y cautivar a los indios caribes que están en el río Hamana y Maricapana y Cumanacoa, espaldas de Cariaco y de otras provincias de Caracas, en la Nueva Andalucía y de la Margarita y de otras partes. Y a ello fueron ciertos capitanes que hicieron grandes males a los indios y cautivaron a muchos y, a vuelta de los caribes, trajeron por esclavos, indios de paz en cantidad y lo trajeron a vender a esta ciudad, donde sirven por esclavos sin darles los amos doctrinas ni saber qué cosa es la iglesia ni confesión ni cosa de cristianos.

Y habiéndose hecha relación de ello a vuestra majestad en vuestro Consejo se dio cédula real, en veintiséis de agosto de quinientos setenta y cuatro, mandando que los capitanes que por esta Audiencia se habían enviado a hacer guerra a los indios, saliesen luego con la gente que habían llevado dejando los indios a la libertad que han tenido y tienen y sin hacerles daño. En virtud de esta cédula, visto el mal tratamiento y poco enseñamiento de estos indios, he pretendido hacer de ellos un pueblo (a) seis leguas de esta ciudad, donde han quedado hasta doce indios de los antiguos, donde he puesto un fraile que los doctrine. Que (a)demás de hacerlos cristianos y sacarlos (a) todos del cautiverio, se haría un pueblo de doscientos indios que bastaría hacer. En esta ciudad hacen terrible contradicción los que tienen estos indios diciendo que la última cédula de vuestra majestad que den en su libertad los indios se da a entender en los que quedaron en sus provincias pero no en las que trajeron acá y se vendieron por esclavos. Procuraré ponerlos en libertad como vuestra majestad lo manda, como vuestra majestad lo manda y entiendo ser necesario que vuestra majestad envíe declaración sobre ello a favor de estos indios que los tratan como enemigos y los traen en carnes y los hacen servir en excesivos trabajos…

Estándose viendo mi residencia del tiempo que visité a Trujillo, constó por la misma residencia y recaudos que presenté en el Consejo, que teniendo el dicho licenciado Paredes preso a un Baltasar Rodríguez porque, siendo alcalde, ejecutó una sentencia mía muy justa de muerte contra un cacique que había quemado tres indios vivos sin culpa, el dicho licenciado Paredes trató con el que le diese una hija suya de ocho o nueve años para quien tenía más de setenta mil ducados y la casase con un hijo del dicho licenciado Paredes de edad de año y medio. Y el Baltasar Rodríguez hizo el casamiento de miedo, que le había de matar por la ejecución que se había hecho de mi sentencia. Y luego, desde muy poco días, el dicho Baltasar Rodríguez remaneció (sic) muerto en su cama sin saber de qué y sobre ello en vuestro Consejo se proveyó justicia y hubo tales medios que lo proveído en el Consejo nunca allá llegó. Y se llevó la hija a su casa y se la tienen por fuerza dando clamores a Dios. Sus deudos que por el favor que tiene no han sido partes para impedirlo y no es justo que tan gran delito quede sin castigo.

Guarde y ensalce nuestro señor la católica real persona de vuestra majestad con aumento de mayores reinos y señoríos como toda la cristiandad desea y ha menester. De Santo Domingo a 15 de febrero de 1578 años.

(AGI, Santo Domingo 51, R.1, N. 5)

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA VENTA DE UN INDIO EN SEVILLA EN 1534

            En una reciente visita al Archivo Histórico provincial de Sevilla, me salió al paso una nueva carta de compraventa de un indio esclavo, en esta ocasión, fechada el jueves 30 de julio de 1534. Resumidamente, la escritura decía lo siguiente:

            Rodrigo Alonso, mercader, vecino de la villa de Zafra, vende a Francisca de Espinosa, viuda, vecina de Sevilla, en la collación de Santa María, que estaba presente, una esclava india, llamada Felipa, de 25 años más o menos,  natural de las Indias de Portugal, con un hijo de dos años, de buena guerra, por un precio total de 18.920 maravedís (al margen 50 ducados).

            La escritura tiene su interés, para empezar porque no abundan las escrituras de compra venta de esclavos indios, de las que tenemos localizadas tan sólo varias decenas en toda España. Hay varios datos de interés que merece la pena resaltar: primero, que el vendedor sea un mercader zafrense. No olvidemos que durante todo el siglo XVI continuaron entrando de forma ininterrumpida amerindios, a través del puerto de Lisboa. El ejemplo de Zafra es especialmente llamativo, pues se han localizado algunas cartas de compraventa que se prolongan en el tiempo nada menos que hasta 1643. Se trata de un caso singular, pues en ningún otro mercado peninsular se dio tal circunstancia. No olvidemos que desde 1542 los nativos americanos eran vasallos de la Corona de Castilla y, por tanto, en teoría no se podía traficar con ellos. Pero en Zafra se hacía y con total impunidad, siendo todos procedentes del Brasil, pues en las colonias lusas la legislación tenía las fisuras suficientes como para que se mantuviesen las razias esclavistas de los bandeirantes. Y es más, mercaderes de Zafra figuran entre los vendedores de indios en Sevilla en la primera mitad del siglo XVI, porque los compraban en Portugal y los vendían en Extremadura y en Andalucía.

            No obstante, es probable que algunos de estos indios declarados brasileños procediesen realmente de las colonias españolas, circunstancia que obviamente ningún vendedor en sus cabales sostendría. ¿Por qué Zafra fue el único mercado español en el que se continuaron vendiendo casi hasta mediados del siglo XVII? La única explicación posible es que se situara a la sombra de Lisboa, en cuyo mercado se siguieron vendiendo indios supuestamente de guerra. No debe ser casualidad que en alguna de esas cartas se especifique la naturaleza brasileña del esclavo lo que posiblemente constituyó el eximente por el que se toleró su venta.

           El precio de venta, 50 ducados, fue razonablemente alto, situado más o menos en la media del precio al que se vendían en aquella época los esclavos negros y berberiscos. Probablemente, el hecho de tener un hijo de dos años incrementó sensiblemente el precio. También es posible que el exotismo del origen indio equiparase en cierta medida su precio con el que alcanzaban los negros africanos y los berberiscos.

           Esta nueva carta de compraventa, nos confirma nuevamente que, aunque a cuenta gotas, se vendieron esclavos indios, la mayoría procedentes de la América portuguesa, a lo largo de la primera mitad del siglo XVI.

ESTEBAN MIRA CABALLOS