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EL DESCUBRIMIENTO DE LOS OTROS

OTRO INDIO VENDIDO EN SEVILLA (1529)

 

 

 

     En mis visitas al Archivo Histórico Provincial siguen apareciendo a cuentagotas cartas de compra venta de indios. El martes 28 de agosto de 2012 pasé por el repositorio, buscando otras cosas pero, revisando las cartas de venta de esclavos que me salían por su aparecía algún indio y hubo suerte. Una nueva carta, que no es que aporte nada nuevo, pero continuo reafirmándome que, aunque siempre fueron minoría, hubo una presencia continua de esclavos amerindios, en el mercado sevillano hasta los años cuarenta del siglo XVI. En Lisboa y en Zafra, estas ventas se prolongaron hasta entrado el siglo XVII.

     La carta en cuestión está fechada el lunes 20 de diciembre de 1529 y resumidamente decía así:

 

     Bartolomé Fernández, vecino de la villa de Palos, vende a Francisco de Burgos, corredor de lonja, vecino de Sevilla, en la collación de San Isidro, un esclavo indio, llamado de Pedro, de trece años más o menos y esclavizado en buena guerra. Su precio se fija en veinte ducados de oro, que valían 7.500 maravedís.

(APS, leg. 3.280, fols. 466r-466v).

 

     Como se puede observar, el vendedor era un maestre de Palos que bien habría podido adquirirlo en algún puerto indiano. El comprador, en cambio, pertenecía a una señera familia, castellana, afincada en Sevilla al menos desde la Baja Edad Media, y que se dedicaban a los negocios y al comercio indiano, (Véase a Otte, 1996). De hecho este mismo Francisco de Burgos, formalizó en 1534 una compañía, como socio capitalista, con Pedro de San Martín y el boticario Pedro de la Fuente, para establecer una botica en el Perú. Lo cierto es que ambos, comprador y vendedor, estaban muy vinculados a los negocios indianos.

     Por lo demás, nada de especial importancia. Obviamente, como no podía ser de otra forma, estaba bautizado, con el nombre de Pedro, que era bastante común, entre las personas esclavas y entre las libres. Sí llama la atención su bajo precio, 7.500 maravedís, bastante menos de lo que se pagaba por una esclava o por un esclavo negro o berberisco. De hecho, justo el mismo día, el curtidor zafrense Francisco Pérez, vendió en Sevilla un esclavo negro, llamado Francisco, de veinte años, justo por el doble, es decir, por 15.000 maravedís (APS. 3280, fols. 455v-456r). Me sigo ratificando en la idea que ya defendí en mi libro, hace varios lustros, de que los esclavos indios siempre se cotizaron a menor precio que los africanos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA VENTA DE UN INDIO EN SEVILLA EN 1534

            En una reciente visita al Archivo Histórico provincial de Sevilla, me salió al paso una nueva carta de compraventa de un indio esclavo, en esta ocasión, fechada el jueves 30 de julio de 1534. Resumidamente, la escritura decía lo siguiente:

            Rodrigo Alonso, mercader, vecino de la villa de Zafra, vende a Francisca de Espinosa, viuda, vecina de Sevilla, en la collación de Santa María, que estaba presente, una esclava india, llamada Felipa, de 25 años más o menos,  natural de las Indias de Portugal, con un hijo de dos años, de buena guerra, por un precio total de 18.920 maravedís (al margen 50 ducados).

            La escritura tiene su interés, para empezar porque no abundan las escrituras de compra venta de esclavos indios, de las que tenemos localizadas tan sólo varias decenas en toda España. Hay varios datos de interés que merece la pena resaltar: primero, que el vendedor sea un mercader zafrense. No olvidemos que durante todo el siglo XVI continuaron entrando de forma ininterrumpida amerindios, a través del puerto de Lisboa. El ejemplo de Zafra es especialmente llamativo, pues se han localizado algunas cartas de compraventa que se prolongan en el tiempo nada menos que hasta 1643. Se trata de un caso singular, pues en ningún otro mercado peninsular se dio tal circunstancia. No olvidemos que desde 1542 los nativos americanos eran vasallos de la Corona de Castilla y, por tanto, en teoría no se podía traficar con ellos. Pero en Zafra se hacía y con total impunidad, siendo todos procedentes del Brasil, pues en las colonias lusas la legislación tenía las fisuras suficientes como para que se mantuviesen las razias esclavistas de los bandeirantes. Y es más, mercaderes de Zafra figuran entre los vendedores de indios en Sevilla en la primera mitad del siglo XVI, porque los compraban en Portugal y los vendían en Extremadura y en Andalucía.

            No obstante, es probable que algunos de estos indios declarados brasileños procediesen realmente de las colonias españolas, circunstancia que obviamente ningún vendedor en sus cabales sostendría. ¿Por qué Zafra fue el único mercado español en el que se continuaron vendiendo casi hasta mediados del siglo XVII? La única explicación posible es que se situara a la sombra de Lisboa, en cuyo mercado se siguieron vendiendo indios supuestamente de guerra. No debe ser casualidad que en alguna de esas cartas se especifique la naturaleza brasileña del esclavo lo que posiblemente constituyó el eximente por el que se toleró su venta.

           El precio de venta, 50 ducados, fue razonablemente alto, situado más o menos en la media del precio al que se vendían en aquella época los esclavos negros y berberiscos. Probablemente, el hecho de tener un hijo de dos años incrementó sensiblemente el precio. También es posible que el exotismo del origen indio equiparase en cierta medida su precio con el que alcanzaban los negros africanos y los berberiscos.

           Esta nueva carta de compraventa, nos confirma nuevamente que, aunque a cuenta gotas, se vendieron esclavos indios, la mayoría procedentes de la América portuguesa, a lo largo de la primera mitad del siglo XVI.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EN TORNO A LA VENTA DE UN INDIO EN SEVILLA (1502)

             En una visita reciente al Archivo Histórico Provincial de Sevilla me salió al pasó una carta de compraventa de un indio. No era desconocida para mí, porque ya ofrecí alguna referencia a ella en mi libro sobre los indios en la España del siglo XVI (Madrid, Iberoamericana, 2000). Sin embargo, dado que estos instrumentos de compra-venta en las que están implicados indios son relativamente infrecuentes, volvió a llamar mi atención. Resumidamente, el documento decía así:

 

             En Sevilla, sábado 22 de enero de 1502 años, Diego de Córdoba, vecino de Sevilla, en la collación de Santiago, vende a Antón de la Rosa, aceitero, viudo de Mayor García, vecino de Sevilla, en la collación de Santa María la Blanca, un esclavo indio, de nombre Obispo, de edad de 30 años, natural de las Indias y de buena guerra. El precio se ajustó en 8.500 maravedís.

(A.H.P.S. Leg. 46, fol. 120r).

 

              Que se produzca una venta de un indio en 1502 no tiene nada de particular, porque todavía no se había determinado acabar con su trata. Sin embargo, hay otros datos curiosos que sí nos llaman la atención. Primero, el vendedor, Diego de Córdoba, que muy probablemente pertenecía a la famosa familia conversa sevillana de ese apellido1. Pero también hay que destacar el comprador que, en esta ocasión, era un mercader lo que vuelve a incidir en el hecho, ya resaltado por la historiografía, de que no sólo los nobles y los clérigos dispusieron de esclavos. Los indios, al igual que los negros, no solo fueron un artículo de ostentación, como defendiera don Antonio Domínguez Ortiz, sino también fue considerado una inversión en fuerza productiva.

Asimismo, vuelve a ser llamativo el escaso precio al que se cotizaban los indios, pues los esclavos negros por aquellas duplicaban y hasta triplicaban el precio. Claro que los negros habían tenido un coste de compra en origen y transporte, mientras que los indios en plena conquista salían gratis, sólo había que pagar su transporte. No obstante, a juzgar por los precios de otros indios vendidos entre 1495 y 1502 (Ver el Cuadro I), no estuvo mal vendido el indio Obispo.

 

Cuadro I

Indios vendidos en Sevilla entre 1495 y 15022

 

FECHA

NOMBRE

EDAD

PRECIO

27-V-1495

Una niña

--

7.000

4-II-1497

Francisco

10

3.000

15-III-1497

Muchacho

--

6.500

1501

Alonso

25

6.000

1501

Cosme

12

6.000

1501

Pedro

12

3.000

1501

Francisca

--

4.750

19-VII-1501

Francisca

11 o 12

4.000

1-I-1502

Muchacho

--

10.750

22-I-1502

Obispo

30

8.500

PRECIO MEDIO

--

--

5.950

 

Esto era occidente a principios del siglo XVI: un mundo tan intolerante con las minorías como tolerante con instituciones como la esclavitud, una de las mayores miserias de la humanidad. Una esclavitud que la sociedad contemporánea consiguió prohibir legalmente pero que se sigue manteniendo tanto en el mundo subdesarrollado como en el desarrollado a través de las mafias que trafican con seres humanos.

 

Esteban Mira Caballos

2-XI-2011

1 Juan de Córdoba, platero y mercader, probablemente pariente suyo. figuró en la lista de habilitados por la Inquisición sevillana en 1494. (Gil, 2000: II, 21).

2 Fuente: (Mira Caballos, 2000: 117).

DOS BAUTIZOS DE INDIAS EN CARMONA (1504)

Damos a conocer en estas líneas dos nuevos bautizos de esclavas indias, localizadas en los libros sacramentales de la parroquia de Santiago de Carmona en 1504. Conocemos casos anteriores, pues Ya Cristóbal Colón al regreso de su primer viaje trajo consigo varios indios, dos de los cuales se bautizaron solemnemente en el monasterio de Guadalupe, allá por el año de 1493. La partida decía así:

 

Viernes XXIX de este dicho mes, se bautizaron Cristóbal y Pedro, criados del señor Almirante don Cristóbal Colón. Fueron sus padrinos, de Cristóbal Antonio de Torres y Andrés Blázquez. De Pedro fueron padrinos el señor Coronel y Señor Comendador Varela, y Bautizolos Lorenzo Fernández, capellán1

 

Con posteridad se debieron bautizar más indios en Sevilla pero conocemos muy pocos casos documentados, de ahí el interés de esta partida que decía así:

 

En domingo 26 de mayo bautizó Alonso Sánchez, capellán de la Señora Duquesa a María e Inés, indias esclavas de su señoría. Fueron padrinos Pedro García y Pedro Martín de Revilla, clérigos, y Francisco y Fernando de Santa Clara, sus criados2

 

La propietaria está claro que era doña Beatriz Pacheco, duquesa de Arcos, lo cual no tenía nada de particular porque la alta nobleza y el clero eran los grandes propietarios de esclavos. La partida de Carmona tiene un par de detalles de interés: primero, su fecha de 1504, pues aunque no es una partida excepcional conocemos pocas de ellas con anterioridad a 1520 o 1525 entre otras cosas porque se conservan muy pocos registros parroquiales con anterioridad3. Y segundo, porque no deja de ser paradójico que en 1504, estando todavía viva Isabel La Católica, quien tanto veló y clamó por el buen trato y la libertad de los indios como vasallos de Castilla4, se bautizasen este par de esclavas aborígenes. Porque después de la muerte de la Reina sí que tenemos constancia de la trata de cientos de indios a la Península pero no antes. El padre Las Casas captó perfectamente esta situación cuando escribió:

Los mayores horrores de estas guerras...comenzaron desde que se supo en América que la Reina Isabel acababa de morir... porque Su Alteza no cesaba de encargar que se tratase a los indios con dulzura y se emplearan todos los medios para hacerlos felices.

 

Muy poco después comenzaron a llegar a la Península varios centenares de indios procedentes de la Española y concretamente de las provincias insurrectas de Higüey y Xaragua. Al parecer el principal responsable de estos envíos fue el capitán Juan de Esquivel que los consignó a un socio suyo residente en Sevilla, llamado Timoteo de Vargas.

Por último quisiera comentar un último aspecto: es posible que estas pobres indias, procedentes casi con total seguridad del área caribeña, fueran liberadas por Beatriz Pacheco en su testamento protocolizado ante escribano el 5 de abril de 1511. De hecho en una de las cláusulas del mismo liberó a todos sus esclavos:

Ítem mando y quiero que mis esclavos Juan Rodríguez y Catalina e Inés y Alonso Pacheco e Isabel, su mujer, y Ana y María de la Corina sean horros y libres de todo cautiverio y servidumbre y asimismo mando que mis esclavos Antonio y Cristóbal sean horros y libres porque todos me han servido bien y los tengo por criados, y que María la de la corina sirva a la señora abadesa doña Leonor, mi hermana, todo el tiempo que le mandare y su merced le mandará dar lo que hubiere menester5

              Desconocemos en estos momentos si las esclavas citadas como María la Corina e Inés son las indias bautizadas en Santiago en 1504. En cualquier caso, desconocemos la situación que vivieron después de la muerte de la Duquesa. Lo más probable es que permanecieran sirviendo como criadas a los herederos de la duquesa o a las monjas clarisas de Carmona con la que tanta vinculación tuvo la duquesa. Mucho más improbable es que decidiesen regresar, con la ayuda de los oficiales de la Casa de la Contratación a su tierra natal.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

1 Publicadas en GARCÍA, Sebastián: Guadalupe de Extremadura en América. Madrid, Gráficas Don Bosco, 1991, p. 67.

2 Libro de Bautizos Nº 1 de la parroquia de Santiago de Carmona, fol. 78r.

3 Los libros sacramentales de la parroquial de Santiago, actualmente depositados en el archivo de la de Santa María de Carmona, conserva los registros de bautizos completos desde 1488.

4 Sobre el particular puede verse mi trabajo: “Isabel La Católica y el indio americano”, XXXIII Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2005. Reeditado en mi libro: La Española, epicentro del Caribe en el siglo XVI. Santo Domingo, Academia de la Historia, 2010, pp. 41-58.

5 Hemos manejado una copia transcrita por nosotros mismos que se conserva en el Archivo de la Hermandad de la Misericordia de Carmona.

AMERINDIOS EN ESPAÑA TRAS LAS LEYES NUEVAS DE 1542

DE ESCLAVOS A SIERVOS: AMERINDIOS EN

ESPAÑA TRAS LAS LEYES NUEVAS DE 15421

 

 

RESUMEN

Las Leyes Nuevas de 1542, si bien supusieron un gran hito en la historia social hispánica, a corto plazo no acabaron con la esclavitud del indio americano.

Es cierto que su trata con destino a España se ralentizó en la segunda mitad de la centuria, sin embargo, siguieron llegando indios a los mercados esclavistas peninsulares a través, fundamentalmente, del puerto de Lisboa.

A medio plazo sí cambió la situación legal de estos aborígenes, pasando de esclavos a criados. En esa misma época se hicieron frecuentes los enlaces entre esclavos negros e indios, denotando la existencia de un status social similar para ambas etnias.

PALABRAS CLAVES: indio, esclavo, mercado esclavista, trata, criado

 

SUMMARY

The New Laws of 1542, though they supposed a great milestone in the social Hispanic history, in the short term did not finish with the slavery of the American Indian.

Is true that his treats with destiny Spain ralentizó in the second half of the century nevertheless, Indians continued coming to the markets peninsular slave holders to slant, fundamentally, from the port of Lisbon.

In the medium term yes it changed the legal situation of these aborigines, happening from slaves to servants. In the same epoch the links became frequent between black and Indian slaves, denoting the existence of a social similar status for both etnias.

KEY WORDS: Indian, slave, bought slave holder, treats, raised

 

1.-INTRODUCCIÓN

La trata de amerindios con destino a la Península Ibérica ha sido un tema casi inédito dentro de la historiografía americanista y modernista. No obstante, en los últimos años han aparecido algunos trabajos destacados que han aportado cierta luz2. Como es bien sabido, entre 1492 y 1542 arribaron a las costas peninsulares varios miles de esclavos, procedentes del continente americano. Concretamente, se ha identificado al menos la presencia de 2.442 indios, en el período comprendido entre 1493 y 15503.

Sin embargo, a partir de la promulgación de las llamadas Leyes Nuevas de 1542 fueron declarados libres y las circunstancias, cuanto menos legales, cambiaron sustancialmente. Las consecuencias de este corpus legal fueron de gran trascendencia, como tendremos ocasión de analizar en este artículo. Pero, hay algunas preguntas que hasta la fecha no tenían una fácil respuesta, a saber: ¿continuaron llegando amerindios a España después de 1542?, ¿qué ocurrió con aquéllos que habían llegado con anterioridad?, ¿hubo cruce racial entre españoles e indios?, ¿y entre indios y negros? En las páginas que siguen intentaremos arrojar alguna luz sobre todas estas cuestiones.

En general, podemos decir que el tráfico se ralentizó, disminuyendo considerablemente su trata. Pero es importante subrayar que, aunque descendió su volumen, el flujo continuó de forma ininterrumpida, en su mayor parte a través del puerto de Lisboa. Muchos de ellos debían ser efectivamente originarios del Brasil pero también los había de la América española, pues, a sus dueños no les resultaba difícil hacerlos pasar por oriundos de la colonia lusa.

Además, una vez vendidos y teniendo en cuenta que sus poseedores solían ser personas poderosas, o al menos influyentes en su entorno local, era difícil convencerlos para que los liberasen. No olvidemos que, en muchos casos el comprador había sido engañado por el mercader y disponía de un documento tan legal como era la carta notarial de compra-venta.

Caso aparte fue el de los numerosos caciques y curacas indios que, por diversas circunstancias, viajaron a la Península a lo largo del siglo XVI y que recibieron un trato muy especial, acorde con su privilegiado origen social. Se trataba de una política de ancestrales orígenes pues ya en las Partidas de Alfonso X El Sabio se señalaba la atención preferente que se debía prestar a los hijos de los nobles4. Y más cercanamente en el tiempo, los portugueses, en su proceso de expansión atlántica por las costas de África, habían llevado una política similar, respetando los privilegios de los reyezuelos locales.

Sin embargo, al margen de estos precedentes, había una realidad evidente de la que se percataron las autoridades hispanas, es decir, la fe ciega que los aborígenes profesaban a sus dirigentes. Así, pues, la postura oficial de reconocimiento de la nobleza indígena tenía su lógica, mucho más allá de la tradición histórica, pues, eran conscientes que atrayéndose a estos, podrían someter más fácilmente a los demás. Se trataba de una de las más brillantes estrategias utilizadas por los españoles para asimilar al indígena, es decir, la conversión y transformación de los jefes en vasallos ejemplares a los ojos de sus distintas comunidades indígenas5. Conocemos toda una serie de caciques que arribaron a tierras castellanas a lo largo del siglo XVI, como don Juan Garcés y su familia, llegados en 1528, don Pedro Moctezuma que lo hizo en 1533, don Francisco Tenamaztle, natural de Noxtlan, en Nueva Galicia, don Francisco Inga Atabalipa, don Luis de Velasco y don Pedro de Henao, entre algunos otros6.

En definitiva, unos pocos caciques fueron tratados con la dignidad que su rango merecía, mientras que el resto jamás abandonó la servidumbre, pasando, en el mejor de los casos, de esclavos a siervos.

 

2.-LAS LEYES NUEVAS Y LA PERVIVENCIA DE LA ESCLAVITUD INDÍGENA

 

Como ya hemos afirmado, las Leyes Nuevas supusieron, al menos teóricamente, un auténtico hito en la historia social de Hispanoamérica. Como es de sobra conocido, la mayor parte de los tratadistas de la época, incluido, por sorprendente que parezca, Juan Ginés de Sepúlveda, defendieron la libertad de los indios7. Desde fechas muy tempranas, personajes como fray Bartolomé de Las Casas denunciaron la ilicitud de todos los medios y títulos que los españoles habían esgrimido para someter a una injusta servidumbre a los desdichados indígenas8.

Todo ello, ejerció un considerable influjo en la política y en la legislación de forma que, desde la misma época de Isabel la Católica, comenzó a limitarse la servidumbre indígena9. Y un hito clave en esa evolución legal fueron, sin duda, las famosas Leyes Nuevas de 1542. En ellas quedó prohibida por fin la esclavitud de los amerindios, a la par que se conminó a los dueños a presentar los títulos de los que ya poseían.

Huelga decir que el hecho de que se les liberase de la pesada carga de la esclavitud no significaba que se igualasen al status de los demás vasallos españoles. Baste decir que, durante décadas, el testimonio de un aborigen no se tenía en consideración en los juicios. Todavía, en 1563, la Audiencia de Lima dispuso que el testimonio de dos indios o de tres indias equivaliera a la declaración de un solo español mientras que, unos años después, el virrey Toledo ordenó que el alegato de un español tuviera el mismo peso que el de seis amerindios10.

Sea como fuere, lo cierto es que, en 1543, es decir, justo un año después de la promulgación de las Leyes Nuevas, se prohibió expresamente su trata con destino a la Península Ibérica. La disposición no podía ser más clara, pues, estableció de forma muy precisa que ninguna persona pueda traer ni enviar indio alguno con licencia ni sin ella, aunque pretendan ser sus esclavos y tener derecho para ello, ni de los que fueren libres, aunque digan que quieren ir de su voluntad. Y tal decisión tenía su lógica interna, por dos motivos: uno, porque los indios fueron considerados desde tiempos de Isabel la Católica como vasallos de la Corona de Castilla, status social que era incompatible con su trata y esclavitud. Y dos, porque su trata no sólo no reportaba ingresos directos a la Corona sino que además suponía perder efectivos en las minas americanas. Por tanto, el tráfico de amerindios hacia los mercados esclavistas peninsulares ni era coherente con el discurso oficial, ni era moral, ni tan siquiera racional desde el punto de vista económico.

Afirma García Añoveros, de acuerdo con los escritos de Juan de Solórzano y de Alfonso Acevedo, que las Leyes de 1542 supusieron la libertad inmediata de los indios, al no poder demostrar sus dueños sus títulos de propiedad11. Sin embargo, ya veremos en estas páginas como, pese a la contundencia y a la importancia de este corpus legal, a corto plazo no acabó con la esclavitud del indio, ni tan siquiera con su trata con destino a la metrópoli. Si difícil fue evitar que en la extensa América Hispana se esclavizasen, mucho más complicado y lento fue liberar a los que ya servían previamente como esclavos.

 

Y centrándonos en el territorio peninsular debemos decir que, en aplicación de las Leyes de 1542-1543, la Corona ordenó a Gregorio López que confeccionase una lista de los amerindios que vivían –o malvivían- en Sevilla y que, en función a la nueva normativa, debían liberarse. Pero, como era de esperar, esta revisión de los títulos de esclavitud, llevada a cabo en España y en América, fue muy mal acogida por los propietarios. La Corona debió insistir para que no sólo se revisasen los títulos sino que se pusiesen inmediatamente en libertad a las mujeres indígenas y a los indios menores de catorce años. Desde entonces, todos los descendientes de indias debían gozar, al menos en teoría, del status de personas libres, incluso en los casos en los que el padre fuese un esclavo negro. Y algunos de los indios tuvieron tan presente esta disposición que así lo reivindicaron cuando lucharon en los tribunales castellanos por la obtención de su libertad12. Sin embargo, toda esta legislación encontró serias dificultades en su aplicación, pues, no en vano, tanto en la segunda mitad del siglo XVI como a lo largo de la siguiente centuria, encontramos no pocos indios, a veces con distintos grados de mestizaje, sobre todo zambos, sometidos a esclavitud.

Por tanto, está claro que las Leyes Nuevas no acabaron totalmente con su esclavitud ni, por supuesto, con su tráfico ilegal con destino a España. Para empezar, estas medidas no afectaron a los indios esclavos ya residentes previamente en la Península, los cuales continuaron sumidos en la más profunda servidumbre y debieron pleitear individualmente para conseguir su libertad. Así, se deduce al menos de un informe dirigido al Emperador en 1549, en el que se afirmaba que en Sevilla había muchos indios e indias libres que los españoles los tienen por esclavos y se sirven de ellos como tales, no lo pudiendo ni debiendo hacer13.

Ya conocíamos con anterioridad la venta de algunos indios mucho después de la promulgación de las Leyes Nuevas14, sin embargo, tenemos localizados en estos momentos otros casos que vienen a confirmar esta hipótesis inicial. En 1549, se vendió en Carmona (Sevilla), con total normalidad, un indio procedente de las Indias españolas15. Cinco años después, es decir, el 7 de diciembre de 1554, el sevillano Jerónimo Delcia Conchero vendió un indio esclavo, llamado Hernando, a Diego Hernández Farfán. Al parecer, el citado esclavo tenía unos 24 años y llevaba una inscripción, realizada a fuego en su rostro en la que se podía leer, esclavo de Juan Romero16. Y hasta tal punto se siguieron vendiendo amerindios en los mercados peninsulares que la Corona se vio obligada a ratificar nuevamente la prohibición de 1543, exactamente el 21 de septiembre de 155617, sin que sirviese tampoco para detener su tráfico, como veremos a continuación.

En Sevilla continuó la venta de amerindios en la segunda mitad del siglo XVI y, de forma mucho más esporádica, en la primera mitad de la siguiente centuria. Así, cuando en 1557 se prohibió la venta de una treintena de indios procedentes de Santo Domingo18, los dueños mostraron su disgusto, afirmando que en Sevilla se vendían públicamente con el total consentimiento de los oficiales reales.

No en vano, en el capítulo XV de un memorial para la reformación de la navegación, fechado en 1568, se planteó la necesidad de comprobar si los navíos traían metales preciosos sin registrar o si vienen algunos indios19. Asimismo, en el capítulo XVII del citado documento se afirmaba que muchos españoles que llevaban numerario sin registrar lo gastaban en las Azores en comprar mercaderías y esclavos, así negros como indios20.

En Extremadura, por ejemplo, en una investigación sobre el fenómeno esclavista, Rocío Periáñez ha encontrado un buen número de cartas de compraventa de esclavos indios que se prolongan en el tiempo nada menos que hasta 1643.

 

CUADRO I

VENTA DE ESCLAVOS INDIOS EN

EXTREMADURA (1542-1643)21

 

FECHA

ESCLAVO

DESCRIPCIÓN

6-VI-1542

Pedro, de color baço, indio.

Manuel Fonseca, portugués vecino de Porto Alegre, lo vendió al bachiller Francisco Corvacho, vecino de Cáceres por 21 ducados.

27-IX-1563

Andrés, esclavo indio.

Se da fianza de que Gaspar Gómez, vecino de Yelbes, volverá al cabo de dos meses con el esclavo indio que lleva en su servicio.

2-X-1567

Inés, india esclava de Juan Hernández Carrasco.

Bautizo en la iglesia de Santa María de Jerez de los Caballeros.

18-IX-1568

Juan Francisco, hijo de la india Inés, esclavo de Juan Hernández Carrasco.

Bautizo en la iglesia de Santa María de Jerez de los Caballeros.

7-II-1574

Antonio, esclavo indio de color baço

Canje de un esclavo morisco, llamado Bernardino, por el indio Antonio.

15-II-1599

Domingo, esclavo mulato, membrillo cocho de nación indio.

Martín Hernández, herrero de Llerena da poder para que le vendan el citado indio.

14-IX-1628

Esclava mulata india, con pintas de viruela.

Venta de un portugués de Olivenza a Sancho Rodríguez Tinoco, vecino de Jerez.

6-VI-1632

Indio, llamado Antonio.

Obligación de devolver al reino de Portugal tres esclavos, uno de ellos indio.

16-I-1643

Francisco y Sebastián de nación indios.

Diego de Villegas, vecino de Villanueva del Fresno, declara que remató los citados esclavos en 1.000 reales.

 

Los datos aportados en este cuadro tienen un gran interés ya que ratifican la pervivencia de la esclavitud indígena en España hasta bien avanzado el siglo XVII. Ahora bien, ¿por qué se continuaron vendiendo?, ¿por qué no actuaron las autoridades? Son preguntas a las que intentaremos dar respuesta en las líneas que vienen a continuación. La continuidad de la trata se debió a varias causas:

La primera, al resquicio legal de la prohibición; estaba prohibida la venta de indios de la América Hispana, pero no de la portuguesa. Continuaron llegando amerindios a través de Lisboa, dado que los portugueses continuaron con su trata a lo largo de los siglos XVI y XVII22. En las colonias lusas la legislación tenía las fisuras suficientes como para que se mantuviesen las racias esclavistas de los bandeirantes. Y en este sentido, afirmó Frédéric Mauro, que la captura y trata de aborígenes era la actividad más importante de los paulistas23. La capital lusa se convirtió de hecho en la puerta de entrada de los esclavos indios en la Península Ibérica. Evidentemente, aquellas personas que se dedicaban a la trata de indios optaban por poner rumbo al puerto luso para burlar la legalidad vigente en los territorios castellanos. A este mercado acudían los traficantes españoles a comprar indios, la mayoría procedentes del Brasil pero otros de la América española24. Como ya dijimos en páginas precedentes, bastaba con hacer pasar a un indio mexica o quiché por brasileño para dar legalidad a la transacción. Unos esclavos que luego vendían a bajo precio en distintas ciudades españolas. De hecho, el principal atractivo para los compradores era que se podían hacer con los servicios de un esclavo por un módico precio, normalmente menos de la mitad de lo que costaba un negro. La situación fue todavía más favorable desde la incorporación de Portugal a España en tiempos de Felipe II. En Lisboa se concentró el mayor mercado de esclavos indios de la Península en la segunda mitad del siglo XVI.

Segundo, a que se mantuvo el status de los que ya eran esclavos con anterioridad a las Leyes Nuevas. De alguna forma, aunque la ley no lo especificaba, no se le dio un carácter retroactivo. Para conseguir la libertad cada indio debía reclamar individualmente ante los tribunales en cuyo caso el fallo casi siempre les fue favorable.

Y tercero, a la dejación de responsabilidad de muchas de las autoridades. Es obvio, que las causas anteriores no explican el total descaro con el que actuaron algunos vendedores de esclavos, incluso en Sevilla, puerto y puerta de las Indias. Y ello, probablemente porque muchos de los compradores eran personas pudientes o poderosas, implicadas en turbios negocios al igual que algunas de las autoridades que, en principio, debían velar por la legalidad.

3.-DE ESCLAVOS A CRIADOS

Como hemos visto en las líneas precedentes, la legislación no acabó a corto plazo con la esclavitud, aunque a largo plazo sí que supuso el punto de partida de su supresión. Efectivamente, gracias a la política proteccionista la arribada de indios esclavos a la Península se ralentizó desde la década de los cuarenta y se hizo prácticamente insignificante en la centuria decimoséptima.

Pero queremos aclarar un punto, ¿qué pasó con los indios esclavos que ya estaban con anterioridad en la Península? Pues, bien, la mayor parte de ellos ni reclamó su libertad ni, por supuesto, retornó a sus lugares de origen. La decisión, en unos casos, fue forzada por su precaria situación económica muy a pesar de que la Corona, ante la situación de desamparado en la que estaban muchos de ellos, decidió pagar el pasaje a todos aquellos que optaron voluntariamente por regresar25. En otros casos, debió ser por falta de valor, de energía o del espíritu adecuado para llevar a cabo una travesía tan dura como incierta. Pero probablemente la mayor parte de ellos decidieron quedarse voluntariamente y de buen grado. Y era lógico porque casi todos ellos hacía décadas que residían en España y muchos, incluso, habían nacido ya en tierras peninsulares. Realmente, no eran americanos sino españoles.

Con el paso del tiempo, los poseedores de indios esclavos debieron sentirse incómodos porque en general se terminó sabiendo que los indios eran libres y que su servidumbre era irregular. Por ello, muchos propietarios tomaron la decisión de ahorrarlos, a sabiendas de que seguirían sirviéndolos prácticamente en las mismas condiciones. De hecho, la mayor parte de los esclavos liberados decidieron quedarse en la casa de su antiguo dueño, sirviéndoles en calidad de criados. La nueva situación se asemejaba mucho a la anterior servidumbre, quizás con la única excepción de que, en adelante, estarían adscritos a una familia y no se podrían vender en el mercado esclavista. En este sentido, una Real Cédula, fechada en 1549, aporta muchísima luz al respecto:

Que, al tiempo que el licenciado Gregorio López, del nuestro Consejo de las Indias, visitó esa Casa de la Contratación hizo en esto gran fruto y trabajó mucho en ello y que, con ciertos de ellos, dio un auto que dice así: a fulano indio no le declaro por esclavo ni por libre, sirva a su amo y hágale buen tratamiento, no le enajene y que, al crédito que vos pusisteis para que los dueños de los indios viniesen a mostrar los títulos que tenían, algunos con un traslado del dicho auto y que habéis dudado si de éstas se podría tornar a tratar de su libertad o si aquellos autos y sentencia pasaron en cosa juzgada y quedaron como por naborías y que los amos de algunos de ellos quieren llevar su negocio por tela de juicio y que tienen intento a lo que sospecháis de apelarlo siendo condenados y que aunque vos pensáis llevarlo por la vía más sumaria y de menos dilación que sea posible...26.

 

El texto no tiene desperdicio, ¿en qué situación entendieron los oficiales de la Casa de la Contratación que quedaban los indios? ¡Curiosísimo!, como naborías. Parece que Gregorio López no utilizó ese vocablo de origen indígena pero, por su actuación, los oficiales sevillanos lo entendieron en esos términos.

El concepto de naboría al que se referían no era el de la Nueva España que equivalía a indios dedicados a labores domésticas sino al que se usaba en las Antillas y en Centroamérica que designaba a aquellos aborígenes que estaban vinculados a unos dueños que no los podían vender, solo transmitir hereditariamente27. En definitiva, suponía una situación legal muy parecida al del esclavo, no constituyendo más que una variante jurídica de la esclavitud. Y precisamente, a raíz de la decisión de Gregorio López se hizo necesario aclarar el término de naborías, especificando que se trataba de aquellos que servían contra su voluntad, casi como esclavos, aunque no se vendían y es de esta manera que los tenían depositados para servirse de ellos en las minas y en sus haciendas y si se querían ir a un cabo no podían porque se llaman naborías...28 Además, en principio debían desarrollar exactamente los mismos trabajos que habían desempeñado como esclavos, pues, el término naboría aludía tanto a los que hacían tareas domésticas -denominados naborías de casa-, como a los que desempeñaban cualquier otro trabajo -los llamados de granjerías y minas-29.

Así, pues, Gregorio López fue a la Casa de la Contratación con la orden expresa de poner en libertad a los indios. Sin embargo, se limitó a sustituir su status de esclavos por el de criados a perpetuidad. ¿Y por qué actuó así? Queda bien especificado en los mismos documentos, es decir, por la creencia -probablemente cierta- de que los indios no podrían sobrevivir en libertad si no tenían un amo a quien servir -cito textualmente-, un trabajo y una soldada. E incluso, si los propios indios mostraban su intención de marcharse de la casa de su antiguo dueño, los oficiales de la Casa de la Contratación los debían apremiar a que buscasen un trabajo y, sobre todo, una persona a quien servir.

Por tanto, queda bien demostrado que, tras las Leyes Nuevas y la legislación complementaria, el grueso de los indios esclavos residentes en tierras peninsulares permaneció a corto plazo como tal para transformarse, a medio o largo plazo, en criados a perpetuidad.

Y esta idea la vamos a ratificar a través de un documento del último tercio del siglo XVII. Se trata de un texto de gran interés sobre todo por su fecha tan tardía que demuestra que, más de un siglo después, todavía había amerindios en ciertos hogares españoles que, a efectos prácticos, eran considerados como esclavos. En este manuscrito, fechado en Badajoz el 5 de julio de 1675, la monja Leonor Vázquez ratificaba ante notario la condición libre de una criada india que poseía, llamada María30. En dicha fe notarial reconoce haber tenido en su casa a una india novohispana llamada Ana, a su hija Felipa y, finalmente, a la nieta de la primera, llamada María. Y ratificaba su condición de persona libre porque era considerada por los vecinos como esclava, pese a que no lo era. Es obvio, pues, que su situación era tan similar a la del esclavo, que todos los que la conocieron la tuvieron como tal y sólo una fe notarial pudo dar solidez a la condición libre de la desdichada María. Pero, lo más interesante es que María siguió haciendo exactamente lo mismo que antes de protocolizarse la escritura, aunque eso sí, con su condición de libre oficialmente reconocida.

Nuevamente la misma situación, indios que abandonaron su condición de esclavos para adoptar la de criados. Si bien su situación legal cambió sustancialmente no así su realidad diaria ya que su nueva condición apenas distaba un ápice de su antigua situación servil. Desgraciadamente, en el estado actual de las investigaciones, no tenemos muchos más datos que nos informen sobre cómo era la vida diaria de estos nativos, aunque probablemente no debía ser muy diferente a la de los esclavos negros.

 

4.-LAS UNIONES DE INDIOS Y NEGROS

Durante la primera mitad del quinientos, cuando el número de indios en la Península era mayor, encontramos no pocos casos de matrimonios entre indios, entre mestizos o entre ambos. Ejemplos al respecto no nos faltan. Por citar algunos casos concretos, en la década de los treinta vivían en la collación de San Vicente de Sevilla al menos dos matrimonios de amerindios, uno formado por Francisco Pérez y Catalina su legítima mujer31 y otro por Francisco e Isabel que eran criados de Diego Suárez y de Inés Bernal32. Trece años después, concretamente en 1549, se desposó, en la iglesia de Santa Ana de Sevilla, el indio Juan de Oliveros con una mujer de su misma etnia que vivía en Triana, llamada Inés33.

Sin embargo, en la segunda mitad de la centuria dejan de aparecer bodas entre indios y se hacen más frecuentes las uniones entre indios o mestizos y negros. Y todo ello debido a dos causas obvias, a saber: en primer lugar, porque, dadas las prohibiciones sobre la trata, la cantidad de amerindios que vivía en la península menguó de forma considerable hasta el punto que debía ser realmente difícil el encuentro entre ellos. Y en segundo lugar, porque el matrimonio con blancos era impensable en esta época, fundamentalmente por razones sociales y quizás también raciales34. Por ello, el número de matrimonios entre indios y blancos fue insignificante o nulo. Diferente es el caso de algunas mestizas legitimadas, y sobre todo adineradas, que llegaran a casarse con españoles35. Hubo algunos casos muy sonados. En cambio, las uniones entre indios o mestizos y mujeres españolas fueron absolutamente impensables e imposibles en aquella época.

Paulatinamente, a medida que avanzaba el siglo XVI, se hicieron más frecuentes los enlaces entre negros e indios. Así, el 9 de mayo de 1572 se desposaron en la parroquia de San Vicente de Sevilla, Pedro, indio natural de las Indias de Portugal, y Violante, negra, ambos criados de Diego de Luyando36. Curiosamente, once meses después bautizaron a su primera hija, Bernardina, que debía ser zamba37, aunque en la partida de bautismo constan ambos progenitores como indios, quizás porque ella asimiló el patrón cultural de su marido.

En adelante, será muy frecuente a la hora de describir a los hijos de indios y negros como mulato indio o mulato membrillo, denotando claramente su doble ascendencia. Fue el caso del indio Domingo, descrito como esclavo mulato membrillo cocho, vendido en Llerena el quince de febrero de 1599. También en Jerez de los Caballeros, el catorce de septiembre de 1628, se transfirió por 1.500 reales, una esclava mulata india, de doce o trece años de edad.

Y no son las únicas referencias, pues, en otros documentos no se cita el carácter mulato pero sí que el indio en cuestión era de color moreno, oscuro, membrillo o baço. Con estos adjetivos son citadas, en 1675, las indias Ana y Felipa que vivían en Badajoz. Obviamente, no debían ser exactamente indias sino zambas, descendientes de indio y negro, en distintos grados de mestizaje.

Todo esto nos estaría denotando una asimilación entre el negro y el indio en todos los sentidos, porque, aunque a nivel legal su situación era muy diferente, en la praxis padecieron unas circunstancias similares. Efectivamente, el indio esclavo, al igual que el negro, desempeñó las mismas funciones suntuaria y laboral. En algunos casos podía servir como elemento de ostentación, pero la mayoría desempeñaban algún oficio al servicio de su dueño38. Y con frecuencia se les herraba en la cara, e incluso, al igual que los esclavos negros se les colocaba una argolla en el cuello, con el nombre y la dirección de su dueño39

5.-CONCLUSIONES

En este trabajo ha quedado bien claro que las Leyes Nuevas no acabaron a corto plazo con la esclavitud del indio. De hecho, se siguieron vendiendo muchos de ellos en los mercados esclavistas peninsulares con la connivencia, cuando no la aprobación, de las autoridades locales. Pero, si supuso, en cambio, el inicio de un largo proceso de liberación que probablemente no culminó hasta el final de la etapa colonial.

Por otro lado, algunos de los que ya eran esclavos fueron liberados pero la mayor parte optaron por la solución menos traumática para ellos, es decir, seguir sirviendo en calidad de criados a sus antiguos dueños. Y debieron quedar vinculados a esas familias en un status que, si bien, no puede ser calificado de esclavitud, sí se trataba de una situación muy cercana que define mejor que ningún otro concepto la palabra indígena de naboría.

Por tanto, en la segunda mitad del siglo XVI y en el siglo XVII siguió habiendo tanto indios esclavos como naborías o criados en las ciudades y villas españolas. ¿Hasta cuando se mantuvieron en esta situación? Pues durante toda la Edad Moderna. Los indios fueron una minoría dentro de las ya de por si minoritarias etnias marginadas. Probablemente, un 1 o un 1,5% de lo que significaba los esclavos negros en la Península. Muchas de estas criadas indias se desposaron con esclavos negros, siendo relativamente frecuente la presencia de criadas zambas en la España desde la segunda mitad del siglo XVI. Precisamente esta circunstancia nos habla de la realidad social de estos indios que, aunque libres, debían gozar de un status social muy similar al del esclavo de color. Dado el escaso número de indios y su entronque con la minoría negra probablemente desde el siglo XVII, salvo excepciones, dejó de haber una servidumbre india para dar paso a otra zamba.

1 Artículo publicado en Revista de Historia de América Nº 140. México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 2009, pp. 95-109.

2 FRANCO SILVA, Alfonso: "El indígena en el mercado de esclavos de Sevilla (1500-1525)”, Gades, Nº 1, Cádiz, 1978a. GIL-BERMEJO, Juana: "Indígenas americanos en Andalucía". Andalucía y América en el siglo XVI. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1983. De la misma autora: "Ideas sobre el indio americano en la España del siglo XVI". La imagen del indio en la Europa Moderna. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1990. LOBO CABRERA, Manuel: "Esclavos indios en Canarias: precedentes", Revista de Indias, Nº 172. Madrid, 1983. MIRA CABALLOS, Esteban: "Aproximación al estudio de una minoría étnica: indios en la España del siglo XVI", Hispania, Revista Española de Historia, Nº 194. Madrid, 1996. Y del mismo autor: “Indios americanos en Castilla, (1492-1550)", Temas Americanistas, Nº 14. Sevilla, 1998; "El envío de indios a la Península Ibérica: aspectos legales (1492-1550)", Studia Histórica, Historia Moderna. Salamanca, 1999; Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, 2000; “Indios nobles y caciques en la corte Real española, siglo XVI”, Temas Americanistas, Nº 16. Sevilla, 2003 y “Indios y mestizos en la España Moderna. Estado de la cuestión”, Boletín Americanista, Nº 57. Barcelona, 2007.

 

3 MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI…, p. 111.

4Partida I, Tit. V, Ley 51. Cit. en OLAECHEA LABAYEN, Juan Bautista: “Experiencias cristianas con el indio antillano”, Anuario de Estudios Americanos, T. XXVI. Sevilla, 1969, p. 86.

5 SZÁSZDI LEÓN-BORJA, István: "Las élites de los cristianos nuevos: alianza y vasallaje en la expansión atlántica (1485-1520)", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Nº 36. Hamburgo, 1999, p. 31.

6 MIRA CABALLOS: “Indios nobles y caciques en la corte Real española, siglo XVI…, p. 1-7.

7La mejor obra de conjunto sobre la visión que de la esclavitud tenían los pensadores del siglo XVI es la de GARCÍA AÑOVEROS, Jesús: El pensamiento y los argumentos sobre la esclavitud en Europa en el siglo XVI y su aplicación a los indios americanos y a los negros africanos. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000.

8 Ibídem, p. 171.

9Un estudio sobre la evolución de la legislación sobre la libertad de los indios puede verse en MIRA CABALLOS: El envío de indios a la Península Ibérica: aspectos legales …, pp. 201-216).

10 HANKE, Lewis: La lucha por la justicia en la conquista de América. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949, p. 459.

 

11 GARCÍA AÑOVEROS: Ob. Cit., p. 172.

12Por citar un ejemplo concreto, en un pleito por la libertad del indio Gaspar, en 1561, un testigo declaró lo siguiente: A la cuarta pregunta dijo este dicho testigo que dice lo que dicho tiene en la pregunta antes de ésta y que así tiene este testigo por cierto que si el dicho mulato fuera hijo de india aunque no pidiera su libertad la justicia se la hubiera dado como ha hecho a los demás mestizos, hijos de indias e indios y de indias y negros.... Otro de los testigos, Nuño de Carvallar, declaró que "ningún mulato hijo de india es esclavo", lo que deja fuera de toda duda el carácter libre de todo hijo de india ya fuese indio, mestizo o zambo. Pleito por la libertad del indio Gaspar, propiedad de Hernando de Villanueva, 1561. AGI, Justicia 1025, N. 1, R. 2.

13Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Valladolid, 1 de mayo de 1549. AGI, Indiferente General 1964, L. 11, ff. 226-226v.

14De hecho en mi libro sobre la temática incluíamos una extensa carta de venta de un indio, al parecer procedente de Brasil, en Valladolid, protocolizada el 9 de mayo de 1554. (Mira Caballos, 2000: 161-163).

15 Ginés Garrido, natural de Cabeza la Vaca un indio llamado Jorge a Pero García, natural de Teba, por una cuantía de 8.375 maravedís. Carmona, 5 de mayo de 1549. Archivo de Protocolos de Carmona, Escribanía de Juan de Santiago 1549.

16 GESTOSO Y PÉREZ, José (2001): Curiosidades antiguas sevillanas. Serie segunda. Sevilla, Ediciones Folio, 2001, p. 56.

17Recopilación de Leyes de Indias de 1680, T. II, Lib. VI, Tit. I. Ley XVI, f. 189v.

18 Aunque el envío procedía de Santo Domingo, parece obvio que se trataba de nativos llevados a esa isla desde otros lugares del continente americano. No olvidemos que por esas fechas los taínos dominicanos estaban prácticamente en vías de extinción.

19Ordenanzas para la reformación de la Carrera de Indias, 1568, fol. 33v. AGI, Indiferente 2673.

20Ibídem.

21Elaboración propia a partir de los datos gentilmente cedidos por Rocío Periáñez, procedentes de su Tesis doctoral sobre la esclavitud en Extremadura.

22En 1570 expidió una ley sobre la libertad de los indios del Brasil, excluyendo a los capturados en una guerra justa y a los antropófagos. Estas excepciones mantuvieron el tráfico de indios. Hasta tal punto esto fue así que en 1639 Urbano VII expidió una bula por la que excomulgaba a todos los católicos que traficaran con indios. MAURO, Frédéric: Portugal, o Brasil e o Atlântico, 1570-1570. Lisboa, Editorial Estampa, 1997, pp. 202-207.

23 Ibídem, p. 204.

24En agosto de 1544 partió de Santo Domingo una flota española y en torno al cabo de San Vicente perdió cinco navíos y en ellos hasta sesenta hombres, sin los indios y negros que traían... Relación que hicieron unos marineros a Lope Hurtado, Évora, 10 de noviembre de 1544. AGS, Estado 373, N. 188.

25    Real Cédula a los jueces de la Casa de la Contratación, Valladolid, 15 de noviembre de 1552. Recopilación de Leyes de Indias, T. II, Lib. VI, Tit. I, ley XVII.

26Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Valladolid, 2 de agosto de 1549. AGI, Indiferente 1964, L. 11, fols. 263r-266r.

27 MIRA CABALLOS, Esteban: "El sistema laboral indígena en las Antillas (1492-1542)", Cuadernos de Historia Latinoamericana. Munster, 1996, pp. 13-31.

28Información sobre la libertad de los indios hecha a petición de Gregorio López del Consejo de Indias, Sevilla, 23 de junio de 1543. AGI, Patronato 231, N. 1, R. 4.

29 MIRA CABALLOS: El sistema laboral indígena…, pp. 23-25.

30Declaración de doña Leonor Velázquez a favor de su criada María, india, Badajoz, 5 de julio de 1675. Archivo Histórico Provincial de Badajoz, Leg. 237, fols. 99r-99v. El documento en cuestión se encuentra resumido en el regesto publicado por MARCOS ÁLVAREZ, Fernando (2001): Extremadura y América en el siglo XVI. Documentos del Archivo Histórico Provincial de Badajoz. Badajoz, Consejería de Cultura, 2001: 273.

31Partida de bautismo de Juan, indio, hijo legítimo de Francisco Pérez y Catalina, india, 29 de noviembre de 1536. Archivo Parroquial de San Vicente de Sevilla (en adelante A.P.S.V.S.), libros de Bautismos Nº 1, fol. 21v.

32Partida de bautismo del indio Gerónimo, hijo de Francisco y de Isabel, indios, 29 de septiembre de 1540. A.P.S.V.S., Libros de Bautismos Nº 1, fol. 17v.

33 MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI…, p. 73.

34 Los testimonios, pues, muestran a una sociedad en la que existía una intolerancia casticista pero también un componente racista, donde el fenotipo determinaba la ubicación de cada grupo dentro de la sociedad. Los propios documentos de la época lo decían, en una sociedad dominada por los blancos tienen más privilegios quienes tienen menos porción de sangre negra o india. Los propios manuscritos de la época lo decían con toda claridad: en una sociedad dominada por los blancos tienen más privilegios quienes tienen menos porción de sangre negra o india. Los expedientes de limpieza de sangre lo demuestran. En todo el imperio Hispánico la primacía social la ostentaron los blancos, seguidos de los etnias de los indios, y en el último eslabón se situarían las castas y los negros. STALLAERT, Christiane: Ni una gota de sangre impura. La España inquisitorial y la Alemania nazi cara a cara. Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2006, pp. 322-324).

35 Hubo casos muy conocidos de mestizas legitimadas que llegaron a disfrutar de un elevado status social, tanto en las Indias como otras que fueron enviadas a la Península por sus padres. Es el caso de Leonor de Alvarado Xicontencatl que se desposó en España y perteneció hasta su muerte a lo más selecto de la sociedad española. Hubo otros casos, menos conocidos, como el de Isabel Hernández, enviada a Montijo (Badajoz) por su padre el capitán Gómez Hernández en 1569. En esta localidad pacense vivió hasta su muerte, siendo una de las mujeres más ricas de la localidad. AGI, Justicia 1185, N. 1, R. 4.

36La partida decía así: "En lunes nueve de mayo de mil quinientos y setenta y dos años yo el bachiller Juan de Flores, beneficiado de esta iglesia de San Vicente, desposé y velé en faz de la Santa Iglesia y precediendo las amonestaciones que dispone el santo concilio tridentino, a Pedro, natural de las Indias de Portugal, con Violante, negra, criados de Diego de Luyando, vecino de esta collación en presencia de los señores el bachiller Morales y el bachiller Hernando Pérez, curas de esta iglesia y de Antonio de Barbosa, y de Luis de Luyando, vecinos de esta collación, trajeron mandamiento del señor juez, dado en dos de junio de este dicho año, y porque es verdad lo firmé de mi nombre. A.P.S.V.S., Libros de matrimonios Nº 2, fol. 115r.

37La partida decía así: "En miércoles diez y siete días del mes de junio año de mil y quinientos y setenta y tres años bauticé yo el bachiller Juan de Flores, beneficiado de esta iglesia de San Vicente, a Bernardina, hija de Pedro indio y de Violante india, criados de Diego de Luyando, fueron sus padrinos Pedro Ruiz de Carmona, vecino de Escacena, e Inés de Torres, vecina de esta collación". A.P.S.V.S., Libros de Bautismo Nº 6, fol. 185v.

38 FRANCO SILVA, Alfonso: Esclavitud en Andalucía, 1450-1550. Granada, Universidad, 1992, p. 96..

39 Es el caso del indio de una tal Doña Isabel Carrillo que portaba una argolla de hierro al pescuezo esculpidas en ellas unas letras que dicen esclavo de Inés Carrillo, vecina de Sevilla a la Cestería. No es el único que encontramos con este sufrido collar, muy frecuente también entre los esclavos negros. MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI…, p 84.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

INDIOS NOBLES EN LA CORTE REAL ESPAÑOLA (S. XVI)

 

(*) Este artículo fue publicado en la Revista Temas Américanistas, que edita el Departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla.

1.-INTRODUCCIÓN

Como es bien sabido a lo largo del siglo XVI arribaron a la península Ibérica varios miles de indios, siendo su trato de muy diversa índole, a saber: unos pocos caciques fueron tratados con la dignidad que su rango merecía, mientras que otros -la mayoría- corrieron peor suerte, siendo vendidos en los principales mercados de esclavos.

Efectivamente, el envío de indios con destino a la Península dio comienzo muy pronto, cuando Cristóbal Colón, al regreso de su primer viaje, trajo consigo varios presentes a los Reyes, entre los que figuraban en torno a una decena de indios. En un primer momento este tráfico fue aceptado por los Reyes que tácitamente atribuyeron a estos aborígenes el mismo status que habían gozado los musulmanes peninsulares hasta 1492, disponiendo, pues, su venta en los mercados andaluces. Sin embargo, poco después se inició un proceso legislativo, que culminó con las Leyes Nuevas de 1542, tendente a suprimir la esclavitud de los indios. Y justo un año después, es decir, en 1543, se prohibió expresamente su trata con destino a la Península Ibérica1. Concretamente se dispuso que "ninguna persona pueda traer ni enviar indio alguno con licencia ni sin ella, aunque pretendan ser sus esclavos y tener derecho para ello, ni de los que fueren libres, aunque digan que quieren ir de su voluntad"2.

Esta prohibición tenía su lógica interna por tres motivos: uno, porque los indios fueron considerados desde tiempos de Isabel la Católica como vasallos de la Corona de Castilla, status que era incompatible con su trata y esclavitud. Dos, porque una de las causas que provocó la introducción de esclavos negros en América fue precisamente la protección del indio. Y tres, porque la trata de indios, a diferencia de lo que ocurría con el comercio de esclavos negros, no sólo no reportaba ingresos directos a la Corona sino que además suponía perder efectivos en las minas americanas. Por tanto, la trata del indio americano con destino a los mercados esclavistas españoles ni era coherente con el discurso oficial, ni era moral, ni en principio era racional desde el punto de vista económico.

En aplicación de esta ley la Corona ordenó a Gregorio López que hiciese una lista con los aborígenes americanos que había en Sevilla y que debían liberarse. Pero, como era de esperar, esta revisión de los títulos de esclavitud del indio, llevada a cabo en España y en América, fue muy mal acogida por los propietarios. La Corona debió insistir para que no solo se revisasen los títulos de propiedad sino para que se pusiesen inmediatamente en libertad a las mujeres indígenas y a los menores de 14 años3. Desde entonces todos los descendientes de mujeres indígenas fueron considerados automáticamente libres, incluso en los casos en los que el padre era indio o incluso negro4.

La libertad otorgada al indígena de las colonias españolas así como la prohibición de su trata supuso un hito importante en la historia social de Hispanoamérica. Sin embargo, también es justo reconocer que esta legislación no supuso a corto plazo el fin de la esclavitud indígena ni de su tráfico ilegal con destino a la Península Ibérica.

Para empezar estas medidas no afectaron a los indios esclavos ya estantes previamente en España, los cuales continuaron sumidos en la más profunda servidumbre y debieron pleitear individualmente por conseguir su ahorría. Así, se deduce al menos de un informe dirigido al Rey en 1549, en el que se afirmaba que en Sevilla había "muchos indios e indias libres que los españoles los tienen por esclavos y se sirven de ellos como tales, no lo pudiendo ni debiendo hacer"5. Por este motivo se ordenó que se volviesen a solicitar los títulos de esclavitud de los indios y a los propietarios que no los tuviesen les fuesen quitados y puestos en libertad.

Pero, es más, nuevos indios continuaron llegando a la Península a través de Lisboa, a cuyo mercado esclavista acudían los traficantes españoles a comprar indios, la mayoría procedentes del Brasil aunque no faltaban los de la América Española. Evidentemente aquellas personas que se dedicaban a traer indios americanos optaban por poner rumbo al puerto de Lisboa para evitar de esta forma las prohibiciones vigentes en los territorios castellanos. A la capital lusa acudían desde la década de los treinta muchos mercaderes españoles donde compraban "piezas indígenas" a muy bajo precio que después vendían en distintas ciudades españolas.

Hasta tal punto se siguieron vendiendo indios en España que la Corona se vio obligada a ratificar nuevamente la prohibición el 21 de septiembre de 15566, sin que sirviese tampoco para detener totalmente el tráfico de indios. Al año siguiente se prohibió la venta de 30 indios en Santo Domingo y los dueños mostraron su disgusto, afirmando que en Sevilla se vendían públicamente con el total consentimiento de las autoridades españolas. Y debía ser cierto ya que a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XVI, e incluso, en el XVII, nos consta documentalmente la venta de indios en numerosas ciudades españolas como Córdoba, Sevilla, Badajoz, Huelva, etc. No en vano, en el capítulo XV de un memorial para la reformación de la navegación, fechado en 1568, se planteó la necesidad de comprobar si los navíos traían metales preciosos sin registrar "o si vienen algunos indios"7. Asimismo en el capítulo XVII se afirmaba que muchos españoles que llevaban numerario sin registrar lo gastaban en las Azores en comprar mercaderías y esclavos, "así negros como indios"8. Además resultaba muy difícil aplicar la legislación vigente sobre la libertad de los indígenas porque no había grandes diferencias étnicas con los indios del Brasil, cuya trata estuvo permitida al menos hasta 1570.

Y cuando dejaron de venderse definitivamente como esclavos, los indios estantes en la Península siguieron sirviendo como criados, en una situación que ofrecía pocas diferencias con su antigua servidumbre. No obstante sí es cierto que, gracias a la política proteccionista del indio por parte de las autoridades españolas, la arribada de indios esclavos a la Península se ralentizó desde la década de los cuarenta y prácticamente desapareció en el último cuarto del siglo XVI.

 

2.-LA OTRA CARA DE LA MONEDA: EL TRATO PREFERENCIAL DE LOS CACIQUES

Como ya hemos afirmado, desde un primer momento las autoridades españolas tuvieron un trato muy diferente y favorable con los indios pertenecientes al grupo caciquil. Se trataba de una postura que tenía rancias raíces históricas en el solar peninsular, pues, en las célebres Partidas del Rey Alfonso X se recomendaba que se prestase especial atención a los hijos de los nobles9. Además, había precedentes mucho más cercanos en el tiempo, pues, ya los portugueses, en su proceso de expansión atlántica por el África Negra, habían llevado una política similar de respeto a los privilegios de los reyezuelos locales. Sin embargo, al margen de los precedentes históricos, había una realidad evidente de la que las autoridades españolas no tardaron en percatarse y era la fe ciega que los indios profesaban a sus caciques. Así, pues, la postura oficial de reconocimiento de la nobleza indígena tenía su lógica, mucho más allá de la tradición histórica, pues se tenía claro que, atrayéndose al grupo caciquil, se podría controlar mucho más fácilmente al grueso de los indios. Por ello, una de las principales estrategias utilizadas por las autoridades españolas para hispanizar al indígena fue precisamente, como afirma István Szászdi, la conversión y transformación de los caciques en vasallos ejemplares a los ojos de sus distintas comunidades indígenas10.

Así, pues, desde las primeras décadas del siglo XVI se expidieron una serie de disposiciones tendentes a igualar el status de los caciques indios con el de los hidalgos castellanos11. De hecho, desde muy pronto se expidieron autorizaciones para que algunos indios de alto rango social utilizasen el título de "don". Concretamente, tal merced fue concedida en la temprana fecha de 1533 a don Enrique, indio alzado en las sierras del Bahoruco en la Española y, con posterioridad, a un sinnúmero de indios. Y hasta tal punto fue cierta la intención de equiparar a estos caciques con la nobleza española que incluso encontramos algún caso, como el del indio Melchor Carlos Inga, descendiente de Hueyna Capac, a quien en 1606 se autorizó su ingresó como caballero de la Orden de Santiago12.

Este reconocimiento social se vio siempre acompañado de una política educativa que daba prioridad absoluta a los jóvenes caciques. Y el acierto fue tal que desde los primeros años de la colonización antillana reportó grandes frutos13. Más tarde, y concretamente desde 1535, comenzaron a aparecer colegios especiales para los hijos de caciques, muy parecidos a los "seminarios de nobles"14.

 

3.-INDIOS NOBLES EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI

De los hijos de caciques y de los mestizos que fueron traídos a la Península para su educación en colegios y en conventos españoles ya nos hemos ocupado en otra ocasión15. También son bien conocidos no pocos casos de mestizos que alcanzaron fama, fortuna y prestigio en la España Moderna, integrándose plenamente en la élite peninsular16.

Sin embargo, muchas menos noticias teníamos de la arribada a España de indios nobles así como su vida en Castilla y el trato recibido a este lado del océano. Por ello, en estas páginas nos vamos a centrar en algunos casos, buena parte de ellos totalmente inéditos, de caciques que arribaron a la Corte Real y que fueron tratados con las atenciones y los privilegios propios de una alta dignidad diplomática, hasta el punto de sufragar la propia Corona todos los gastos derivados de su estancia en tierras españolas.

Como es sabido, los primeros jóvenes caciques que pisaron tierras peninsulares son los que trajo Cristóbal Colón al regreso de su primer viaje y que fueron bautizados en el monasterio de Guadalupe en 1493, según relataba Gonzalo Fernández de Oviedo:

"Y ellos de su propia voluntad y (a)consejados, pidieron el bautismo; y los Católicos Reyes, por su clemencia, se lo mandaron dar; y juntamente con sus Altezas, el serenísimo príncipe don Juan, su primogénito y heredero, fueron padrinos. Y a un indio que era el más principal de ellos, llamaron don Fernando de Aragón, el cual era natural de esta isla Española y pariente del Rey o cacique Goacanagarí; y otro llamaron don Juan de Castilla; y los demás se le dieron otros nombres, como ellos los pidieron o sus padrinos acordaron que se les diese conforme a la iglesia católica"17.

 

Es muy poco lo que sabemos de estos primeros caciques indios traídos por Colón, pues, la mayor parte de ellos murieron en breve plazo, aquejados de viruelas18. Tan sólo tenemos bien documentado a uno de ellos, es decir, al indio Diego Colón, originario de la isla de Guanahaní. Allí lo encontró el Almirante en octubre de 1492 y, como indio amigo o guatiao, lo bautizó con el nombre de su hijo19. Su estancia en la Península debió ser muy fructífera, pues, Colón consiguió su objetivo de formar a un traductor para su segunda expedición. Y también de ello nos dejó constancia Fernández de Oviedo:

"E como el Almirante volvía consigo algunos de los indios que había llevado a España, entre ellos uno que se llamaba Diego Colón, y había mejor que los otros aprendido, y hablaba ya medianamente la lengua nuestra, por su interpretación, el Almirante fue muy enteramente informado de muchos indios y del propio rey Goacanagarí de cómo había pasado lo que es dicho, mostrando este cacique mucho pesar de ello..."20.

 

Posteriormente, vivió en casa del gobernador de la Española, frey Nicolás de Ovando. Sin embargo esta situación duró muy pocos meses porque el 25 de junio de 1503 fue enviado de nuevo a tierras castellanas, junto a otros dos caciques, en una flota que partió de Santo Domingo21. Ya en España, murieron en poco tiempo los dos caciques acompañantes mientras que Diego continuó viviendo y aprendiendo a leer, con unas cartillas que se le compraron para tal fin22. Sabemos que durante su estancia estuvo afectado por cierta enfermedad pues, en 1505, fue curado de "una postema que le salió... en la garganta"23. El indio recibió en todo momento buen trato, pues, no en vano la Corona pensaba obtener de nuevo grandes servicios a su vuelta a la Española, según se deduce de una respuesta de Su Majestad a los oficiales de la Casa de la Contratación:

"Lo que decís del indio hijo de cacique que habéis hecho relación tened cuidado de lo continuar y que sea muy bien tratado así en lo espiritual como en lo temporal de manera que cuando plugiere a Dios que se haya de tornar a la Española vaya de acá muy contento para que los indios tengan conocimiento como acá son tratados y de las cosas de la fe para que sea causa de más ligeramente los atraer a ella"24.

 

Durante su segunda estancia en Castilla el joven cacique fue instruido tanto en gramática como sobre todo "en las cosas de la fe"25. No sabemos en qué año regreso exactamente a la Española pero en 1508 estaba ya en la isla, pues, frey Nicolás de Ovando lo utilizó en un experimento de libertad. Y éste es el último dato fiable que tenemos de este cacique tras su dos periplos en tierras peninsulares. En la lista de caciques repartidos por Alburquerque en 1514 encontramos de nuevo un indio llamado Diego Colón, aunque en principio parece difícil que pueda tratarse de la misma persona, veintidós años después de que lo encontrará el Primer Almirante.

Unos años después encontramos a otro cacique que acudió en compañía de su mujer e hijos a la Corte de Carlos V. Se trataba del cacique Juan Garçés, que trabajaba en una hacienda de la Rivera de Toa en Puerto Rico y que arribó a España "a nos informar de algunas cosas"26. En España debió ser recibido con los privilegios y con el trato preferencial que se les brindaba a todos los indios nobles. Por desgracia, no sabemos casi nada de su estancia en la Península, más que la petición formulada en febrero de 1528 para que le diesen pasaje para volverse a la isla de San Juan. El Emperador, como era de esperar dispuso que fuese encomendado a alguien "que lo trate bien y le de comer a quien sirva para que lo pase allá"27.

Pocos años después, y concretamente en 1533, llegaron a tierras españolas los caciques don Pedro Moctezuma y don Gabriel, acompañados por dos indios de servicio y tutelados por Francisco de Santillana. Ambos caciques permanecieron varios años en España, donde recibieron honores y privilegios propios de la alta nobleza española. Incluso el Rey tuvo a bien darle una importante merced, de esas que hasta ese momento estaban reservadas para los conquistadores españoles. Concretamente se les concedió 2.000 pesos de oro a perpetuidad sobre "los indios vacos de México". El 22 de noviembre de 1540 solicitaron pasaje para volverse a Nueva España, retornando a su tierra en 154228.

En mayo de 1554 se presentó en la corte española don Francisco Tenamaztle, cacique de los pueblos de Noxtlan y Sucxipila, en Nueva Galicia, acompañado por un intérprete indio. El Emperador dejó dispuesto por una Real Cédula, dada en Valladolid el 10 de mayo de 1554 y refrendada del secretario Samano, que se abonasen al dicho indio cuatro reales diarios para su mantenimiento durante "todo el tiempo que estuviese en esta corte" a contar desde el 4 de mayo del citado año29. Y, en vista del trato recibido y de la pensión diaria a costa de las arcas reales, el ilustre indio decidió quedarse una larga temporada en la Península, para "conocer" bien los reinos de España. No sabemos mucho más sobre su estancia en la Península, sus actividades, los lugares visitados, etcétera porque la documentación es parca al respecto. Sin embargo, sí sabemos que estuvo en tierras castellanas hasta el 10 de noviembre de 1556, fecha en la que falleció, después de haber permanecido postrado en una cama desde septiembre de 1556. Los costes de su estancia en la Península sumaron 125.974 maravedís, de los que 119.974 correspondieron al salario diario del mencionado indio30 y los restantes 6.000 a los gastos que ocasionaron su enfermedad. Y no se escatimaron cuidados durante los dos meses que duró su agonía, pues, el Rey dispuso que Cristóbal de San Miguel, solicitador del fisco, se encargase de que "hiciesen curar a don Francisco Tenamaztle". No obstante, y muy a pesar de que dispuso de las atenciones de un médico de reconocido prestigio en su época, como el doctor Peñaranda, el indio falleció en breve plazo31.

Pero, don Francisco Tenamaztle no era el único cacique que por aquellas fechas andaba en la Corte, pues, don Juan, cacique de Utlatlán, también se encontraba allí al menos en noviembre de 1557 cuando se le abonaron 3.000 maravedís "para ayuda a se ir de esta corte a Sevilla"32.

Unos seis años después era el cacique don Francisco Inga Atabalipa quién acudía a la Corte Real a hablar de "ciertos asuntos" con los miembros del Consejo de Indias. El 23 de agosto de 1563 se expidió una Real Cédula para que se le abonasen al citado cacique los maravedís que fueran necesarios para su sustentación33. El 2 de septiembre de ese mismo año Ochoa de Luyando descargaba al propio don Francisco Inga 50 ducados -unos 18.750 maravedís- para "ayuda a su sustentación"34.

Mucho más documentada tenemos la presencia en la corte de Felipe II de don Luis de Velasco, cacique de la Florida, y otro indio que traía como criado o acompañante. No sabemos cuándo arribó a la Península pero sí que en diciembre de 1566 se encontraba en Madrid, localidad en la que residió hasta el 12 de junio de 1567 "en que el dicho indio se fue a Sevilla"35. No sabemos por qué motivo el trato dispensado a este indio fue muy especial. Además de la pensión de cinco reales diarios, abonados entre primero de enero de 1567 y el 12 de junio del mismo año, a este cacique se le agasajó con todo tipo de lujos que costaron a la Corona varias decenas de miles de maravedís. Por un lado, la residencia del indio en una posada de Madrid, fue abonada aparte, a través del beneficiado de la iglesia de Santa Cruz de Madrid, que a la sazón había sido el encargado de buscarle una residencia adecuada en la capital española36.

Los gastos en vestido y calzado para él y su mozo fueron absolutamente desproporcionados y costeados por la Corona en diversos descargos fechados sucesivamente en diciembre de 156637, y en marzo y abril de 156738. El indio vestía a la usanza castellana, con sombrero, zapatos, capa y espada39 y, cuando acudía a misa, lo hacía provisto con un rosario que le regalaron40. De entre todas los enseres que don Luis de Velasco poseía tan sólo había uno que recordaba su origen indio: tenía un arco y compró en varias ocasiones casquillos para las flechas porque debía tener buena destreza con el arma y, cuando la ocasión lo permitía, deleitaba a los presentes con sus buenas artes41.

También, adoptó las costumbres propia de los castellanos acudiendo con regularidad a lugares tan cotidianos como la barbería para "quitarse el pelo"42. Asimismo, iba regularmente a misa, todos los domingos y fiestas de precepto, concretamente al templo de Nuestra Señora de Atocha, entregando en cada ocasión un real de limosna. En algunas ocasiones acudía al mencionado templo a cumplir con el sacramento de la confesión, como se desprende de uno de los descargo de Ochoa de Luyando:

"Víspera de la Trinidad y domingo siguiente le dio trece cuartos que le pidió que dijo se iba a confesar a Nuestra Señora de Atocha (52 maravedís)43.

 

E incluso, se permitía acudir a Nuestra Señora de Atocha para encargar una misa propia, como ocurrió el 26 de marzo de 1567 en que le pidió tres reales a Ochoa de Luyando para "hacer decir una misa y pagar un real que dijo que debía y para dar limosna"44.

Pero, es más, el indio se paseaba por las calles de Madrid, a la usanza de los grandes nobles de España, repartiendo limosnas allá por dónde iba. Normalmente lo hacía los domingos donde, además de la cuantía entregada en la colecta, daba otras limosnas suponemos que a los indigentes y pedigüeños que habría a las puertas del templo, gastándose regularmente entre uno y dos reales.

Del resto de sus actividades diarias es muy poca la información que nos ofrece la documentación. Tan solo encontramos en la relación de gastos presentada el 22 de marzo de 1567 un pequeño descargo que decía así: "por ver un retablo que se representaba 16 maravedís"45. Se trataba de una especie de representación teatral de temática sacra que, habitualmente en esta época, se escenificaba dentro de los templos.

Finalmente, el 12 de junio de 1567 partió de Madrid con destino a Sevilla. Probablemente, el silencio documental nos evidencia que debió embarcarse sin problemas con destino, primero, a Nueva España, y luego, a su tierra de origen en la Florida.

Y para finalizar, queremos al menos citar el caso de otro cacique, llamado don Pedro de Henao, que acudió a la Corte en torno al año de 1584. Don Pedro era el cacique de los pueblos de Ypiales -donde él residía- y Potosti, ambos ubicados en el actual Ecuador. No sabemos, la fecha exacta de su primera arribada a la Península y a la Corte, aunque sí la segunda, ocurrida en 158446.

Nuevamente, en esta ocasión el trato que recibió de la Corona fue exquisito, no escatimándose gastos para que el cacique se encontrase en la Península lo mejor posible. Para su estancia en Madrid, en una posada, manutención, vestido y calzado, así como por los gastos derivados de una enfermedad que padeció en la capital se desembolsaron nada menos que 1.279 reales, es decir, poco más de 116 ducados. Asimismo, se destinaron 243 reales para pagar los gastos del viaje de regreso de Madrid a Sevilla. No se abonó el pasaje porque llevaba un salvoconducto para que el general de la flota le diese, en la capitana o en la almiranta, pasaje gratuito a él y su criado, así como las raciones de comida que les correspondiesen. Y no fueron estas las únicas mercedes reales que obtuvo, pues, la Corona decidió darle 500 ducados de los bienes de difuntos sin herederos para comprar ornamentos y cálices para la iglesia del pueblo de Ypiales. Igualmente, llevaba diversas cédulas: una de recomendación ante los oidores de la Audiencia de Quito, otra disponiendo que no hubiese servicios personales entre los indios y, finalmente, otra permitiéndole llevar un "maestro de hacer azulejos y un organista, casados, con sus mujeres e hijos"47.

Sin embargo, en el trayecto hasta Sevilla Henao debió sufrir un percance no bien aclarado en el que fue robado y despojado de lo que llevaba. Por ello, retornó de nuevo a la Corte donde no sólo consiguió duplicados de las cédulas otorgadas sino incluso otras mercedes firmadas por Felipe II48. Y nuevamente se destinó una partida, esta vez de 100 ducados, para pagar los gastos del viaje de vuelta, incluyéndose una precavida observación, es decir, que la entrega del dinero se hiciese de la siguiente forma: "los diez aquí, para con que se vaya a Sevilla, y los noventa en Tierra Firme, para con que se pueda ir desde allí a su tierra porque si acá se le dan lo gastará y no tendrá con qué poder hacer su viaje"49.

Como ya hemos dicho, Henao se fue con todos sus objetivos cumplidos, llevándose bajo el brazo un buen número de concesiones y mercedes destinadas a mejorar tanto su propio status social como la vida diaria de los indios de su cacicazgo.

 

4.-CONCLUSIONES

Nuestra intención no ha sido ser exhaustivos en el tema de los caciques indios arribados a la Península en el siglo XVI. Nos hemos limitado, en cambio, a sintetizar algunos de los ejemplos más conocidos, aportando otros que lo eran menos. Sin embargo, creemos que los casos expuestos nos dan una idea clara del trato de favor dispensado por la Corona a la nobleza indígena. Una política muy acertada para los intereses de España que las autoridades hispanas tuvieron siempre muy clara. Prueba de ello es la gran cantidad de recursos empleados en la manutención de estos aborígenes durante sus a veces prolongadas estancias en la capital de España. Como hemos podido comprobar y verificar en este artículo la Corona en ningún momento escatimó gastos.

Obviamente se trataba de una actitud que contrastaba abiertamente con la mostrada hacia el común de los indígenas americanos, tanto los residentes en América como los de la propia Península, donde se vendieron como esclavos hasta bien avanzado el siglo XVI. Y cuando esta trata ya no fue posible se permitió que continuasen sirviendo a sus dueños en calidad de criados, condición que en estos casos poca diferencia tenía con su primitiva situación servil.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 Los aspectos legales de la prohibición de la trata los he analizado con detalle, tanto para el caso de los taínos de las Antillas como para el de los indios traídos a la Península Ibérica. MIRA CABALLOS, Esteban: El Indio antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-1542). Sevilla, Muñoz Moya Editor, 1997, págs. 261-311.- Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000, págs. 43-60.

2    MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI..., pág. 57.

3    IBIDEM, pág. 58.

4    Por citar un ejemplo concreto, en un pleito por la libertad del indio Gaspar, en 1561, un testigo declaró lo siguiente: "A la cuarta pregunta dijo este dicho testigo que dice lo que dicho tiene en la pregunta antes de ésta y que así tiene este testigo por cierto que si el dicho mulato fuera hijo de india aunque no pidiera su libertad la justicia se la hubiera dado como ha hecho a los demás mestizos, hijos de indias e indios y de indias y negros...". Otro de los testigos, Nuño de Carvallar, declaró que "ningún mulato hijo de india es esclavo", lo que deja fuera de toda duda el carácter libre de todo hijo de india ya fuese indio, mestizo o zambo. Pleito por la libertad del indio Gaspar, propiedad de Hernando de Villanueva, 1561. AGI, Justicia 1025, N. 1, R. 2. Citado en MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI..., pág. 58.

5    Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Valladolid, 1 de mayo de 1549. AGI, Indiferente General 1964, L. 11, ff. 226-226v.

6    Recopilación de Leyes de Indias de 1680, T. II, Lib. VI, Tit. I. Ley XVI, f. 189v. Citado en MIRA CABALLOS: Indios y mestizos en la España del siglo XVI..., pág. 59.

7    Ordenanzas para la reformación de la Carrera de Indias, 1568, fol. 33v. AGI, Indiferente 2673.

8    IBIDEM.

9    Partida I, Tit. V, Ley 51. Citado en OLAECHEA LABAYEN, Juan Bautista: :"Experiencias cristianas con el indio antillano", Anuario de Estudios Americanos, XXVI. Sevilla, 1969, pág. 86.

10    SZÁSZDI LEÓN-BORJA, István: "Las élites de los cristianos nuevos: alianza y vasallaje en la expansión atlántica (1485-1520)", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Nº 36. Hamburgo, 1999, pág. 31.

11    Ya por una Real Cédula del 17 de julio de 1572 se eximió a los caciques del pago de impuestos, equiparándolos fiscalmente con la nobleza española. Una igualación de hecho con los nobles peninsulares que cobró naturaleza jurídica el 12 de marzo de 1697 cuando, por una Real Provisión, se les reconoció explícitamente los mismos privilegios que tenían los "nobles hijosdalgos de Castilla". Citado en LARIOS MARTÍN, Jesús: "Hidalguías e hidalgos de Indias", I Congreso Ítalo-español de Historia Municipal y de la Asamblea de la Asociación de Hidalgos. Madrid, Hidalguía, 1958, págs. 208-211.

12    IBÍDEM, págs. 210-211.

13    A decir verdad, la estrategia no pudo ser más eficiente. De hecho ya los primeros indios, educados por los franciscanos en sus conventos de Santo Domingo y Concepción de la Vega (isla Española), fueron de gran utilidad en los años sucesivos ya que se utilizaron como lenguas tanto en la conquista de las demás Antillas Mayores como de Tierra Firme. A este respecto puede verse mi trabajo: "La educación de indios y mestizos antillanos en la primera mitad del siglo XVI", Revista Complutense de Historia de América, Nº 25. Madrid, 1999, pág. 53.

14    LARIOS MARTÍN: Ob. Cit., pág. 209.

15    MIRA CABALLOS, Esteban: La educación de indios y mestizos antillanos en la primera mitad del siglo XVI", Revista Complutense de Historia de América, Nº 25. Madrid, 1999, págs. 51-66.

16    Hay casos muy conocidos como el del Inca Garcilaso, Leonor de Alvarado Xicontencatl -casada con un noble castellano-, o sobre todo el de don Juan Cano Moctezuma, nieto del emperador azteca Moctezuma. Concretamente este último era hijo de la princesa azteca Teixtalco de Tacuba -bautizada por los españoles como Isabel de Moctezuma- y del cacereño Juan Cano Saavedra que se estableció en Cáceres y formó parte de la élite de esta ciudad. Sobre los Cano Moctezuma puede verse el reciente trabajo de PELEGRÍ PEDROSA, Luis Vicente: "La élite indiana en Cáceres en el siglo XVI. Los negocios de Juan Cano Saavedra", en los XXIV Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 1998, págs. 369-397. Pero al margen de estos casos, excepcionales por su magnitud, existen decenas de ejemplos, mucho menos conocidos, de simples mestizos legitimados que, gracias a la fortuna de sus respectivos padres, pudieron vivir en el seno de las modestas élites locales en las distintas villas y ciudades españolas. Por citar un ejemplo concreto, hablaremos de la mestiza Isabel Hernández, hija natural del capitán Gómez Hernández, el cual la reconoció en su testamento y la envió a su villa natal de Montijo (Badajoz) en el tercer cuarto del siglo XVI. Al parecer allí vivió holgadamente el resto de su vida, siendo como era, una de las personas más acaudaladas de la localidad. MIRA CABALLOS, Esteban: "Montijo y América en la Edad Moderna: tres siglos de relaciones", Actas de los IV Encuentros de Historia de Montijo. Badajoz, 2001, págs. 229-230.

17    FERNANDEZ DE OVIEDO: Historia General y Natural de las Indias. Madrid, Atlas, 1992, T. I, Cap. VII, pág. 31. Citado también en MIRA CABALLOS: Indios y mestizos americanos..., pág. 67.

18    SZÁSZDI LEÓN-BORJA: Ob. Cit., pág. 20.

19     ANGLERIA, Pedro Mártir de: Décadas del Nuevo Mundo. Madrid, Editorial Polifemo, 1989, pág. 34.

20    FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit. T. I, Lib. I, Cap. XII, págs. 46-47.

21    MARTE, Roberto: Santo Domingo en los manuscritos de Juan Bautista Muñoz. Santo Domingo, Fundación García Arévalo, 1981, pág. 152.

22        Cuentas del tesorero de la Casa de la Contratación Matienzo, 1505. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 483v.

23        Descargo al cirujano de 485 maravedís por la cura que hizo al cacique Diego Colón, 26 de junio de 1505. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 96v.

24        Respuesta a los oficiales de la Casa de la Contratación, Segovia 11 de agosto de 1505. AGI, Indiferente General 418, L. 1, ff. 171v-172v.

25    Respuesta a los oficiales de la Casa de la Contratación, Segovia, 11 de agosto de 1505. AGI, Indiferente General 418, L. 1, ff. 171v-172. Cuentas del tesorero de la Casa de la Contratación Sancho de Matienzo. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 483v.

26    Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Burgos, 15 de febrero de 1528. AGI, Indiferente General 421, L. 12, fol. 299v.

27    IBIDEM.

28    MIRA CABALLOS: Indios y mestizos americanos en la España del siglo XVI..., pág. 85.

29    Cuentas de Ochoa de Luyando. AGI, Contaduría 1050, fol. 420.

30    El 10 de noviembre de 1556 Ochoa de Luyando hizo un descargo de 119.974 maravedís para pagar el salario de cuatro reales diarios, entre el 4 de mayo de 1554 y el 10 de noviembre de 1556. IBÍDEM.

31    El descargo decía así: "hoy día diez de noviembre de mil quinientos y cincuenta y seis da por descargo mil y quinientos maravedís que por libramiento de los dichos señores pagó al doctor Peñaranda, médico, que se le mandaron dar por lo que trabajó en visitar a don Francisco Tenamaztle, indio difunto, durante su enfermedad". IBÍDEM.

32    Cuentas de Ochoa de Luyando, descargo del 27 de noviembre de 1557. AGI, Contaduría 1050, fol. 421v.

33    Cuentas de Ochoa de Luyando. AGI, Contaduría 1050, fol. 429v.

34    IBÍDEM.

35    El 20 de de abril de 1567 se le abonaron 24 ducados "para el gasto que han de hacer en ir desde esta villa a la ciudad de Sevilla para se aprestar e ir a la Nueva España". Cuentas de Ochoa de Luyando, descargo dado en Madrid el 22 de abril de 1567. AGI, Contaduría 36, s/f. Sin embargo, por motivos que desconocemos el viaje a Sevilla se demoró como ya hemos afirmado hasta el 12 de junio del mismo año.

36    Descargo de 3.400 maravedís al beneficiado de la iglesia de Santa Cruz de Madrid "por lo que pagó de la posada donde tuvo a don Luis de Velasco, indio de la Florida". AGI, Contratación 36.

37    El 13 de diciembre de 1566 se compraron las siguientes prendas: "Cinco varas para sayo y capa del indio a veinticinco reales la vara; tres camisas a quince reales cada una; docena y media de botones; un jubon; una gorra de terciopelo; un sombrero de tafetán con trenza y cairel de oro y unas plumas para el sombrero. Asimismo el 24 de diciembre del mismo año se compraron: un cofre que costó cuarenta y cuatro reales; tres camisas de ruan a diez reales y medio cada una; tres varas de holanda para doce pañuelos de narices a seis reales; dos escofras de Holanda a tres reales cada una; dos pares de zapatos sencillos y dos pares de pantuflos de corcho dieciséis reales y de la hechura de los doce pañizuelos doce reales". IBÍDEM.

38    "El 8 de marzo de 1567 pagó a alvaro de Cuevas, calcetero, y a Juan Llorente, mercader, por cosas que cada uno de ellos dio para unas calzas que se hicieron para don Luis, cacique indio de la Florida. El 22 de marzo de 1567 se abonaron los costes de la siguiente ropa: dos pares de escarpines; una cadena de alquimia falsa dos reales. Y para vestir al mozo del dicho indio: tres varas y media de paño a nueve reales y medio para capote y ropa montan treinta y tres reales y un cuartillo; unas calzas, veintidós reales; de tundir el paño dos reales; de un jubón siete reales y medio; de una camisa siete reales y medio; del forro para la ropa cuatro reales y medio; de la hechura y botones y bebederos diez reales y medio; de agujetas dieciocho y de dos pares de zapatos tres reales y medio. El 27 de marzo de 1567 se pagó la siguiente ropa: dos reales para dos corpines; dos reales para una cadena de alquimia falsa. Y para el mozo indio que llevaba: tres varas y media de paño a nueve reales y medio para capote y ropa montan treinta y tres reales y un cuartillo; de unas calzas veintidós reales; de tundir el paño dos reales; de un jubón siete reales y medio; de una camisa siete reales y medio; del forro para la ropa cuatro reales y medio; de la hechura de botones y bebedero diez reales y medio; de agujetas 18 mrv; de dos pares de zapatos tres reales y medio. Y finalmente, el 14 de junio de 1567 se pagaba la siguiente ropa: cuatro varas y media de paño para capa y sayo que se le mando hacer por los dichos señores demás del otro vestido que se les había dado, costó a veinticinco reales la vara y monta tres mil ochocientos veinticinco maravedís; de tundir el paño ciento diez maravedís a razón de veinte maravedís la vara; de seda para coser el vestido real y medio; tres varas y media de fustan pardo para forro del sayo a sesenta y cuatro maravedís la vara, doscientos veinticuatro maravedís; de tafetán para bebederos dos reales; de hechura del vestido y botones y ojales quince reales; de los pares de zapatos seis reales y dos varas y media de de seda colorada para atar las calzas a veinte maravedís la varas. El 19 de junio de 1567 se pagó la ropa siguiente: un capote negro que costo ochenta y cinco reales; un jubón que costó veinticinco reales; un sombrero siete reales y medio; unas espuelas dos reales; una bolsa de arcón para llevar camisas y otras cosas de camino cinco reales y medio y unas medias calzas negras once reales". IBÍDEM.

39    En unos de los descargos se constata la compra de una espada con su vaina: "En 11 de mayo de 1567 se pagaron dos

reales para cortar una espada dorada que le dieron y aderezar la vaina y limpiarla".

40    En las cuentas de Ochoa de Luyando tan solo aparece un descargo en este sentido: que se pagaron 4 reales por guarnecer el rosario que le regalaron al cacique don Luis.

41    En total compró trece casquillos para las flechas con un coste de medio real cada uno.

42    Al menos consta que acudió a la barbería el 17 de marzo de 1567, el 27 del mismo més y el 7 de mayo, abonando un real en cada ocasión.

43    AGI, Contratación 36.

44    IBÍDEM.

45    IBÍDEM.

46    La consulta al Consejo de Indias, el informe del propio indio y el escrito del Consejo se conservan en AGI, Quito 1, N. 16. Reproducido en MIRA CABALLOS, Esteban: Indios y mestizos americanos en la España del siglo XVI..., págs. 164-165.

47    IBÍDEM.

48    Además de los duplicados de las cédulas anteriores obtuvo las siguientes mercedes: Cédula para que el Audiencia de Quito pague salario competente a los indios del pueblo de Ypiales. Otra para que sea (de)vuelto al dicho pueblo un monasterio de frailes franciscanos que había en él. Otra para que la dicha Audiencia provea de manera que los indios del dicho pueblo no reciban agravio con la relación que él hace de que los españoles les quitaron sus tierras y traen los ganados en sus sementeras. Otra para que la dicha Audiencia provea de manera que los dichos indios no reciban agravio y sobre que hace relación que son compelidos a traer a cuestas veinte leguas el tributo que dan y a quien lo ha de haber. Otra dirigida a la dicha Audiencia y al Obispo de Quito para que los frailes y clérigos no se entrometan a castigar los indios del dicho pueblo y cuando por algo merezcan castigo los castigue la justicia seglar y que los frailes franciscanos vuelvan al dicho pueblo. Otra dirigida a la dicha Audiencia sobre que el dicho don Pedro pide que los indios no se pasen a vivir de una tierra a otra para que provea en ello lo que viere que conviene y que se guarden las cédulas y ordenanzas sobre ello dadas. Otra para que la dicha Audiencia averigue lo que pasa sobre cierto traspaso de unos indios que refiere el dicho don Pedro haberse hecho a un mercader y envíe la información con su parecer y entre tanto haga justicia. Otra para que la dicha Audiencia informe sobre lo que el dicho don Pedro pide, se le de confirmación del cacicazgo que tiene y que se metan en él ciertos pueblos". Y finalmente, "otra cédula para que se acaben de pagar los 500 ducados que por la cédula de atras se refiere se le libraran en bienes de difuntos de que no (a)pareciesen herederos y para llevarlos empleados en ornamentos y cosas necesarias al servicio del culto divino en la iglesia del dicho pueblo de Ypiales". AGI, Quito 1.

49    IBÍDEM.

CACIQUES GUATIAOS EN LOS INICIOS DE LA COLONIZACIÓN: EL CASO DEL INDIO DIEGO COLÓN

                                                                                                                                                                                                                                Esteban Mira Caballos

(*) Publicado en la Revista Iberoamericana del Instituto Americanista de Berlín.

1.-INTRODUCCIÓN

En el presente artículo trataremos el caso del indio Diego Colón, un aborigen que encontró Cristóbal Colón en la isla de Guanahaní el mismo día del Descubrimiento, es decir, el 12 de octubre de 1492, y con el que entabló una sincera, fructífera y dilatada amistad.

Antes de comenzar el desarrollo del tema nos parece oportuno, por un lado, establecer claramente el marco espacial y temporal del presente trabajo, y por el otro, definir el concepto de guatiao.

Concretamente analizaremos la vida, verdaderamente excepcional, del indio Diego Colón, desde su encuentro con el Primer Almirante hasta 1514 en que perdemos definitivamente todo rastro suyo en la documentación.

En cuanto al concepto de guatiao, el afamado lingüista José Arrom, escribió que el vocablo guatiao equivalía al compadrazgo castellano, pues, “mediante el sacramento del bautismo, padres y padrinos quedan unidos en indisoluble relación…” (1974: 16). Por su parte, él filólogo Emiliano Tejera, definió el concepto como un “cambio de nombre entre dos personas, como prenda de amistad” (1951: 245). Y para corroborarlo citaba un texto del padre Las Casas en el que se decía lo siguiente:

 

A éste, como a señor principal y señalado, el capitán general dio su nombre, trocándolo por el suyo, diciendo que se llamase desde adelante Juan de Esquivel, y que él se llamaría Cotubano, como él. Este trueque de nombres en la lengua común de esta isla, se llamaba ser yo y fulano que trocamos los nombres, guatiaos y así se llamaba el uno al otro…”. (Cit. Tejera 1951: 245).

 

Las palabras del padre Las Casas son muy clarificadoras, evidenciando que guatiaos eran aquellos caciques que aceptaban de tal grado a los españoles que, en señal de hermanamiento, terminaban intercambiando sus nombres (István Szászdi 1999: 15).

Los españoles aprovecharon la existencia de este término prehispánico para establecer lazos de hermanamiento con muchos indios, preferentemente con caciques. Pero, a juzgar por la documentación de que disponemos, el concepto evolucionó. Desde un primer momento se introdujo una pequeña aunque significativa modificación, solamente comprensible en el marco de la Conquista, donde hubo un bando ganador y otro perdedor. Efectivamente, se mantuvo la primera parte del concepto y los indios guatiaos tomaron el nombre del español, hasta el punto que no nos ha quedado constancia del nombre indígena de muchos de ellos, pero no la segunda, pues, en ningún caso, los españoles dejaron de usar sus nombres para adoptar el de sus guatiaos. Y son innumerables los casos que conocemos de indios que adoptaron el patronímico de un español, pero no casos de conquistadores que cambiaron sus nombres por los de los indígenas. En general, si alguna vez se aplicó íntegramente el pacto guatiao debió ser algo meramente formal y no real.

Sin embargo, pasados los primeros años el término guatiao sirvió simplemente para designar a los indios mansos o de paz frente a los indios de guerra, fundamentalmente los Caribes1.

Pero, guatiaos o no, lo cierto es que a los caciques se les brindó un trato muy especial por parte de las autoridades españolas. De hecho, conocemos no pocos casos de caciques que estuvieron en España, en la corte Real y que gozaron de todos los privilegios del estamento nobiliar2. Muchos de ellos fueron traídos con la intención de que fueran educados en las costumbres castellanas.

 

 

 

2.-PRIMER ENCUENTRO DEL ALMIRANTE CON EL INDIO DIEGO COLÓN

Como ya hemos afirmado, nada más arribar Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, en la isla de Guanahaní, encontró a este nativo del que por desgracia no ha trascendido su nombre indígena, pues, todas las fuentes lo citan con el que adoptó en Barcelona tras su bautizo, es decir, el de Diego Colón, en honor al padrinazgo del hijo del Primer Almirante3.

Debía ser muy joven cuando Colón se encontró con él y lo embarcó en la Santa María. Desde el primer momento sintonizó bien con el carácter del Almirante con quien entabló, como ya hemos afirmado, una gran amistad personal. Su gran capacidad de aprendizaje y el azar, pues sobrevivió a las mortíferas epidemias de los primeros años, le convirtieron en una pieza clave como guía por aguas antillanas y, posteriormente, como lengua o traductor.

De esta forma se iniciaba, por parte de España, toda una política de utilización de indígenas para conocer las rutas de las canoas en el Nuevo Mundo. Se trataba de una vieja práctica utilizada durante décadas por los portugueses a lo largo de su proceso de expansión en el cuatrocientos. Así, pues, parece evidente que el Primer Almirante lo aprendió de los portugueses y de éste otros descubridores españoles, como Alonso de Ojeda4. La ayuda que prestó este guatiao en la arribada del Almirante a la isla de Cuba está bien fundamentada por Adam Szászdi, pues, los indios de Guanahaní, conocían perfectamente las aguas antillanas al practicar en canoa una navegación de cabotaje (1995: 45).

 

 

3.-SU PRIMERA ESTANCIA EN ESPAÑA

Como es bien sabido, Cristóbal Colón al regreso de su primer viaje decidió traerse consigo a diez indios: Diego Colón, dos hijos del cacique Goacanagarí y otros siete indios de la Española que "de su voluntad quisieron ir a ver a Castilla..." (Peguero 1975, I: 49). Los objetivos de su embarque estaban muy claros para el propio Almirante:

Primero, debían servir de presentes para los reyes, pues, de hecho, constituyeron, junto a los papagayos "verdes y colorados", una de las principales atracciones del cortejo. Y en este sentido, narraba el cronista Antonio de Herrera que a su paso "salían gentes por los caminos a ver los indios"5.

Segundo, tras su aprendizaje en Castilla, podrían ser utilizados como intérpretes en su siguiente expedición descubridora.

Y tercero, pensó, con gran lucidez por cierto, que aculturando a los reyezuelos indígenas -en este caso caciques o hijos de ellos- y convirtiéndolos en fieles vasallos se favorecería el sometimiento de los demás aborígenes.

Sabemos muy poco sobre la travesía y la estancia en Castilla del guatiao Diego Colón y de los otros indios que con él venían. Al parecer, de los diez indios embarcados, uno debió morir en la travesía "enfermo de morbo". A decir de Joseph Peguero, otros tres los dejó el Almirante enfermos en Sevilla, muriendo días después, pues de hecho al regreso de Colón de Barcelona ya eran difuntos (1975, I: 59). El resto de ellos, concretamente seis, acompañaron a Colón a la ciudad Condal con la intención de reunirse con los Reyes Católicos.

La llegada a Barcelona debió suceder en abril de 1493 pero la ceremonia de bautismo, probablemente oficiada por el Cardenal Pedro González de Mendoza, debió demorarse hasta finales de ese mismo mes o principios del siguiente (Olaechea 1998: 623). Y al parecer, todo ello motivado por el interés de los Reyes en que los indios se preparasen adecuadamente antes de recibir las aguas bautismales (Olaechea 1998: 627). No hay referencias documentales sobre dicho acontecimiento, aunque sí alusiones en fuentes secundarias. Fernández de Oviedo identificó a dos de los bautizados, con los nombres de don Fernando de Aragón y don Juan de Castilla6, mientras que Las Casas señaló a un tercero, llamado efectivamente Diego Colón (Olaechea 1998: 624-625).

No se han conservado estas primeras partidas de bautismo de los indios aunque sí una narración de Fernández de Oviedo que nos sirve para entender la solemne pero también pintoresca situación generada:

 

"y ellos de su propia voluntad y (a)consejados, pidieron el bautismo; y los católicos reyes, por su clemencia, se lo mandaron dar; y juntamente con sus altezas, el serenísimo príncipe don Juan, su primogénito y heredero, fueron padrinos. y a un indio que era el más principal de ellos, llamaron don Fernando de Aragón, el cual era natural de esta isla española y pariente del rey o cacique Goacanagarí; y otro llamaron don Juan de castilla; y los demás se le dieron otros nombres, como ellos los pidieron o sus padrinos acordaron que se les diese conforme a la iglesia católica" (Fernández de Oviedo 1992, I: 31).

 

Según Peguero, estos dos indios citados por Oviedo eran los dos hijos del cacique Goacanagarí (1975, I: 58) que de alguna forma, como indios principales, tuvieron el privilegio de ser los primeros en recibir las aguas bautismales. Evidentemente esta presencia regia, apadrinando incluso a los nuevos cristianos, así como el boato que seguramente presidió la ceremonia debió ser algo muy excepcional. Ya en la época se intuyó la importancia del acontecimiento, pues, no en vano, se trataba de los primeros habitantes del Nuevo Mundo que pisaban tierras europeas. Esos bautizos debieron simbolizar algo así como el punto de partida de una nueva expansión de la cristiandad7.

Tras su bautizo, comenzaron las tareas de aprendizaje de Diego Colón que debieron ser eficaces, pues, el 26 de febrero de 1495 el Almirante escribía a Su Majestad lo siguiente:

 

"...Y hablado que hubo con este indio que yo traigo, que es Diego Colón, uno de los que fueron a Castilla, el que ya sabe hablar muy bien nuestra lengua..." (István Szászdi 1999 : 30).

 

Probablemente movido por el interés, Cristóbal Colón decidió llevar en su segundo Viaje descubridor a los cuatro indios supervivientes de los diez que trajo consigo a la vuelta de su Primer Viaje. Sin embargo, salvo Diego Colón, que sorprendentemente no desarrolló la enfermedad en la travesía, el estado de salud de los otros tres aborígenes era muy precario. Estaban infectados de viruelas, enfermedad que, como es bien sabido, transmitieron en la Española, desencadenando una de las primeras grandes epidemias que a la postre terminaron con la población indígena de la isla8.

Así, pues, Diego Colón fue el único que sobrevivió y gracias a su buen aprendizaje del idioma castellano sirvió de gran ayuda al Almirante en su Segundo Viaje. Y en este sentido, el cronista Fernández de Oviedo nos dejó constancia de la actividad de Diego Colón como intérprete:

 

"E como el Almirante volvía consigo algunos de los indios que había llevado a España, entre ellos uno que se llamaba Diego Colón, e había mejor que los otros aprendido, y que hablaba ya medianamente la lengua nuestra" (1992, I: 46-46).

 

4.-SU REGRESO A LA ESPAÑOLA

La labor del guatiao de Guanahaní comenzó nada más llegar la segunda expedición colombina a aguas caribeñas. Al parecer, fueron sus indicaciones las que hicieron que el Almirante pusiera rumbo a la isla de Guadalupe. De ahí le orientó hasta Puerto Rico (Boriquén) y, posteriormente, a su regreso de la costa meridional de Cuba, a Jamaica (Adam Szászdi 1995: 9).

Recién llegados a la Española el Almirante lo utilizó como intérprete ante el cacique Goacanagarí, para conocer las causas exactas de la muerte de los españoles. Una vez averiguado el episodio del fuerte Navidad, Colón decidió llevárselo consigo en su recorrido por las islas del entorno, sirviéndole nuevamente tanto de guía como de traductor. Precisamente, Pedro Mártir de Anglería describió la forma en la que, a través del indio Diego, el Almirante entró en contacto con los aborígenes de la isla de Cuba:

 

"Mas el Almirante, que tenía consigo a cierto Diego Colón, educado entre los suyos, joven tomado en la primera navegación de la isla vecina de Cuba, llamada Guanahaní, sirviendo de intérprete Diego, cuyo idioma era casi semejante al de estos, habló al que se había cercado más: depuesto el miedo, se aproximó el indígena y persuadió a los demás que se acercaran sin temor y no tuvieran miedo" (1989: 34)

 

Tras regresar de su viaje descubridor, decidió quedarse en la Española y no volver a su isla natal. Pero, ¿por qué no volvió Diego Colón a su tierra de origen?. La respuesta es obvia, pues, como afirmó acertadamente Olaechea Labayen, la isla de Guanahaní, al ser clasificada entre las islas inútiles, no fue poblada por españoles y es probable que el citado indio no quisiera perder el contacto con los cristianos (1998: 634).

Además, el Almirante tenía pensado para el fiel guatiao un alto destino. Por ello, pactó con Guarionex los desposorios entre Diego Colón y la hermana de aquel, llamada Cora. Y el objetivo no era pequeño teniendo en cuenta que los cacicazgos lo heredaban los hijos de la hermana del cacique (István Szászdi 1999: 30)9. Y los resultados no tardaron en llegar, pues, al morir Guarionex en el hundimiento de la flota de Francisco de Bobadilla, allá por julio de 1502, el cacicazgo debió recaer directa o indirectamente en Diego Colón10.

Pero, pese a la posesión del cacicazgo, Diego Colón residió -no sabemos si permanentemente o grandes temporadas- en Santo Domingo. Allí vivió, primero, en casa del Almirante, y posteriormente, en la del gobernador de la Española, frey Nicolás de Ovando en compañía de su esposa, con quien al parecer tuvo un hijo a quien bautizó igualmente con el nombre de Diego Colón.

 

5.-SU SEGUNDA ESTANCIA EN ESPAÑA

Por referencias documentales sabemos que, el 25 de junio de 1503, tres caciques –cuyos nombres ignoramos-, y un niño, hijo de uno de ellos, llamado Diego Colón, fueron enviados a tierras castellanas, en una flota que partió de Santo Domingo (Marte 1981: 152; Ladero 2002: 31). No está totalmente verificado pero, teniendo en cuenta que el guatiao Diego Colon tenía un hijo del mismo nombre, es prácticamente seguro que era uno de los tres caciques embarcados rumbo a España.

Sabemos muy poco de las actividades de estos tres caciques en tierras peninsulares. De los tres caciques dos murieron en breve, víctimas de diversas enfermedades que los tuvieron postrados en cama durante meses. Pero el tercero de los caciques sobrevivió y fue reembarcado a la Española. Y en este sentido, contamos con referencias documentales en las que se realizan varios descargos, en 1505, por los gastos que se hicieron en el último de los tres caciques que quedaba en Castilla que se "torno a enviar a la isla Española" (Ladero 2002: 31). Un descargo posterior concretaba mucho más al decir lo siguiente:

 

"A Juan Bermúdez por el flete de pasajes de un cacique que en su navío se envió a la Española este dicho viaje" (1.500 maravedís) (Ladero 2002: 101).

 

Está claro, pues, que uno de los tres caciques regresó a Santo Domingo. En principio no sabemos quién pero, según todos los indicios, sospechamos que debió ser precisamente el guatiao de Guanahaní. Y tal hipótesis la sostenemos sobre la base de la existencia de un cacique Diego Colón en la Española al menos hasta 1514. Además, si sólo uno sobrevivió es muy probable que fuera éste que llevaba años en contacto con los españoles, que había estado ya en España y que seguramente estaba más inmunizado biológicamente.

En cambio, su hijo del mismo nombre que, como hemos afirmado, también arribó a la Península, quedó desde su llegada a Sevilla en manos de un tutor. Concretamente fue encomendado al capellán Luis del Castillo, a quien se le asignó un salario anual de 8.000 maravedís "por que tenga a su cargo de dar de comer y enseñar a Diego el Indio, hijo del cacique que, demás de los tres, el gobernador envió a los oficiales para que le hiciesen enseñar las cosas de nuestra santa fe" (Ladero 2002: 102). Los gastos de vestuario, se consideraban extraordinarios por lo que se abonaban aparte al capellán, eso sí, después de presentar el correspondiente justificante. De hecho, a Luis del Castillo se le pagaron, en descargo aparte, 3.750 maravedís por "vestir" al citado indio (Ladero 2002: 103). También el material escolar constituía un gasto extraordinario, pues, también encontramos desglosados distintas partidas en concepto de material escolar para el citado aborigen. Mientras vivió fue instruido tanto en gramática como, sobre todo, "en las cosas de la fe"11. Se le compró ropa a la usanza castellana, es decir, zapatos, bonetes, camisas, etcétera, así como material de estudio como papel y unas escribanías. también encontramos un pago por “unas cartillas que se le compraron” para aprender a leer12.

Muchas fueron las esperanzas que se debieron depositar en Diego Colon "el Mozo" para que a su vuelta a la Española colaborase en el proceso de aculturación de sus congéneres.

Pero, por desgracia para el joven indio, las cosas no salieron según lo esperado. Durante su estancia en Castilla estuvo afectado por cierta enfermedad pues, en 1505, fue curado de "una postema que le salió... en la garganta"13. Recibió en todo momento un buen trato, pues, no en vano la Corona pensaba obtener grandes servicios a su vuelta a la Española, según se deduce de una respuesta de Su Majestad a los oficiales de la Casa de la Contratación:

 

Lo que decís del indio, hijo de cacique, que habéis hecho relación, tened cuidado de lo continuar y que sea muy bien tratado así en lo espiritual como en lo temporal de manera que cuando plugiere a Dios que se haya de tornar a la Española vaya de acá muy contento para que los indios tengan conocimiento como acá son tratados y de las cosas de la fe para que sea causa de más ligeramente los atraer a ella"14.

 

Sin embargo, su vida debió verse finalmente truncada al enfermar gravemente y morir en agosto de 1506. Durante su enfermedad estuvo en casa de un tal García Sánchez de la Plaza, vecino de Sevilla, que cobró 1.156 maravedís porque "tuvo en cargo al dicho indio en su casa y lo mantuvo y sirvió desde quince de junio hasta nueve de agosto que murió" (Ladero 2002: 116).

 

 

6.-LA ETAPA FINAL DE SU VIDA EN LA ESPAÑOLA

En principio podría ser difícil creer que el cacique Diego Colón que encontramos en un proyecto de libertad del Comendador Mayor, Nicolás de Ovando, en 1508, y más tarde aún en el repartimiento de 1514, sea el mismo joven indio que encontrara Colón en Guanahaní en octubre de 1492. Y todo ello, porque la tasa de mortalidad del indio antillano en las primeras décadas de la colonización fue tan elevada que antes de mediar el siglo habían desaparecido prácticamente.

Pero físicamente es posible y Diego demostró su fortaleza al superar sin problemas dos viajes a Castilla, el contacto directo con los españoles y los problemas epidemiológicos. Ya hemos dicho que cuando Colón lo encontró debía ser un muchacho de corta edad, probablemente entre 12 y 15 años por lo que en 1514 debía tener entre 34 y 37 años. Una edad que, pese a la elevada tasa de mortalidad y a la escasísima esperanza de vida entre los indios resulta del todo factible. Por otro lado, no podemos perder de vista las palabras de Bartolomé de Las Casas quién dijo de él que lo conoció mucho y que “vivió en esta isla muchos años, conversando con nosotros” (Olaechea 1998: 634).

Así, pues, sabemos que en 1508 el viejo gobernador frey Nicolás de Ovando lo utilizó en su experimento de libertad15. Para ello seleccionó a los caciques más ladinos –o castellanizados- que encontró en la isla entre los que se encontraba, como no, Diego Colón. El Comendador Mayor buscaba indios castellanizados y obviamente nadie mejor que el guatiao de Colón. El fin explícito era el de averiguar si los indios tenían capacidad para vivir en libertad como "labradores de Castilla". Y como no podía ser de otra forma a Diego Colón, junto al cacique Alonso de Cáceres, se le dio asiento en el término de la ciudad de Santo Domingo.

Ignoramos el tiempo exacto que estuvieron estos indios en libertad, aunque, según declaró Juan Mosquera en el interrogatorio de los Jerónimos, debieron ser seis años. El resultado, según afirmaron todos los encuestados, fue el fracaso total. Los indios libertados sólo se dedicaron a sus "cohobas", "areytos"16 y "otras holgazanerías", descuidando sus haciendas y granjerías. El problema que subyacía tras esta realidad la apuntó con cierta claridad el licenciado Serrano:

 

"Lo que de la condición de los dichos indios se alcanzó es que no son codiciosos de honra, ni de riquezas y como estas dos cosas principalmente mueven a los hombres a trabajar y adquirir...Cesará todo lo que para ella -se refiere a la vida- es necesario..." (Mira 1997: 110-111).

 

Tras el fracaso del experimento ovandino, el cacique Diego Colón debió permanecer en Santo Domingo, donde vivió al menos hasta 1514 en que lo encontramos documentado en el Repartimiento General de Alburquerque. Concretamente aparecen dos caciques con el mismo nombre, uno en Santo Domingo con 29 indios, repartidos todos ellos a Francisco de Arbolancha, y otro, en Concepción de la Vega, solo con 15 indios, repartidos a Pero Lope de Mesa (Arranz 1991: 555 y 561).

Pero ¿quiénes eran estos dos caciques del mismo nombre? Vayamos por partes: primero, debemos decir que ambos caciques eran la misma persona. En el texto del repartimiento está la clave al decir que los repartimientos de Concepción de la Vega se completaron con indios procedentes de caciques de Santo Domingo (Olaechea 1998: 635). Por ello, Juan Bautista Olaechea llegó a la conclusión que algunos de los indios del cacique Diego Colón debieron destinarse a completar la dotación de mano de obra indígena de los vecinos de la villa de Concepción.

Y segundo, todos los indicios parecen apuntar a que el cacique de Santo Domingo debía ser el guatiao de Guanahaní. Olaechea Labayen niega está posibilidad, al decir que éste, al ser natural de Guanahaní, no podía ser cacique en Santo Domingo (1998: 635). Sin embargo, ya hemos comentado a lo largo de este trabajo que el citado guatiao se afincó definitivamente en Santo Domingo, desposándose con la hermana del gran cacique Guarionex. Nada tenía de particular que ahora figurase como cacique en la Española. Por otro lado, existe la problemática de que su cacicazgo estuviese en Santo Domingo, en tierras que fueron del cacique de Caicimu, Canoabo, y no en la provincia de Cayabo donde estaba radicado el cacicazgo de Guarionex (Vega 1980: 67). Sin embargo, tampoco este aspecto tiene nada de particular dado que, el río que pasa por la ciudad de Santo Domingo –el Ozama- era precisamente la frontera entre ambas demarcaciones territoriales. En definitiva, el guatiao Diego Colón, pese a ser natural de Guanahaní, fue cacique en la Española y perfectamente pudo adoptar un cacicazgo en torno a la ciudad de Santo Domingo, donde residía.

Lamentablemente, desde 1514 perdemos toda pista sobre él, pues, no lo encontramos entre los indios reducidos por los Jerónimos en 1519. En principio parece improbable que volviera a sobrevivir a la mortífera epidemia de viruelas que asoló Santo Domingo en 1519, matando a tres cuartas partes de la población indígena (Mira 1997: 144). Más bien, nos parece que debió fallecer en esa gran epidemia, cuando debía estar en torno a los 40 años de edad.

En definitiva, en estas líneas hemos intentado reconstruir la vida de un protagonista singular en la historia del Descubrimiento, como es la del guatiao Diego Colón. Un indio que conoció la América prehispánica y la Colonial, que vivió en la soledad de la selva tropical de Guanahaní, en la España de principios del Quinientos y en el Santo Domingo Colonial. Un personaje, pues, excepcional del que por desgracia, y pese a que conoció la lengua castellana, no han llegado testimonios personales escritos. ¿Qué ideas pasaron por la cabeza de este aborigen?, ni lo sabemos ahora ni probablemente lleguemos a saberlo nunca.

 

 

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1  De hecho en la pregunta octava de un interrogatorio sobre los indios Caribes de las Antillas Menores, se decía que junto a estos había otros “llamados guatiaos los cuales son domésticos y mansos”. Probanza sobre la captura de indios Caribes, 17 de junio de 1519. AGI, Justicia 47, N. 1, R. 3. Pocos años después, el padre Las Casas informaba que los indios de la isla Trinidad no eran caribes “sino guatiaos”, aludiendo simplemente al carácter pacífico de estos aborígenes. AGI, Justicia 45, N. 1.

2

 Tenemos información de un buen número de caciques y guatiaos que estuvieron en la Península a lo largo del siglo XVI entre ellos el de don Diego Colón, objeto de este estudio, don Pedro Moctezuma, Francisco Tenamaztle, don Pedro de Henao y el también guatiao don Luis de Velasco, entre otros. (Mira 2003).

3     El padrino debió ser el hijo del Almirante y no su hermano que, en esos momentos, no se encontraba en España.

4 Sobre la labor de los indios de Guanahaní como guías en aguas antillanas existe un magnífico, fundamentado y detallado trabajo de (Adam Szászdi 1995). Sobre la utilización de las rutas indígenas por otros descubridores y en especial por Alonso de Ojeda puede verse el reciente trabajo de (István Szászdi 2001).

5 (Herrera 1991, I: 309). No es difícil imaginar el interés inusitado que debió despertar Colón y su cortejo a lo largo del recorrido, en tierras sevillanas, cordobesas, murcianas levantinas y catalanas.

6 El indio don Juan se quedó en Barcelona porque el joven Príncipe se encaprichó con él. No obstante, no tuvo suerte y murió de una enfermedad poco tiempo después.

 

7 Muchos otros indios fueron bautizados a lo largo de la centuria decimosexta, obviamente, sin el boato de los primeros. Y de hecho aparecen registrados en los libros de bautismo de las parroquias como cualquier otro cristiano. Así consta en las primeras partidas de bautismo de indios en Guadalupe así como en otras muchas que encontramos en los libros de bautismo de muchas parroquias españolas. Así, por ejemplo, en Sevilla se bautizaron, entre 1526 y 1550, como otros cristianos más, cuarenta y cinco indios. (Franco 1978: 86-87; Mira 2000: 125-126).

 

8 Hasta hace poco se pensaba que la gran epidemia desatada en la Española a raíz de la arribada de Colón en su segunda travesía era la influenza suina transmitida por la famosa cerda de la Gomera (Guerra 1985: 325-347). Estudios recientes parecen indicar que la epidemia desatada fue en realidad la viruela que portaban algunos de los pasajeros que iban con Colón, entre ellos tres de los cuatro indios. (Cook 2003: 57).

9 En este sentido escribió Pedro Mártir de Anglería lo siguiente: “Dejan heredero del reino al primogénito de la hermana mayor, si lo hay; si no al de la segunda; y si ésta no tiene prole, al de la tercera, porque hay certidumbre de que aquélla es prole nacida de su sangre; pero a los hijos de sus esposas los tienen por ilegítimos. Si no los hay de sus hermanas, lo dejan a sus hermanos y a falta de estos, entonces a los hijos…”.(Anglería 1989: 233; Cit. en SZÁSZDI 1991: 409).

10 Debe ser incorrecto el dato que nos proporciona Las Casas al decir que Bartolomé Colón pidió a los españoles que estaban con Francisco Roldán que se fuesen a los pueblos del cacique Diego Colón (Las Casas 1951, I: 454). No parece probable que Diego Colón, siendo natural de Guanahaní, fuera cacique en la Española antes del fallecimiento de Guarionex.

11    Respuesta a los oficiales de la Casa de la Contratación, Segovia, 11 de agosto de 1505. AGI, Indiferente General 418, L. 1, fols. 171v-172. Cuentas del tesorero de la Casa de la Contratación Sancho de Matienzo. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 483v.

12   Cuentas del tesorero de la Casa de la Contratación Matienzo, 1505. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 483v.

13   Descargo al cirujano de 485 maravedís por la cura que hizo al cacique Diego Colón, 26 de junio de 1505. AGI, Contratación 4674, L. 1, f. 96v.

14        Respuesta a los oficiales de la Casa de la Contratación, Segovia 11 de agosto de 1505. AGI, Indiferente General 418, L. 1, ff. 171v-172v.

15     Sobre la cuestión puede verse (Mira 1997: 110-112).

16 Las cohobas eran sahumerios de polvos de tabaco que utilizaban para embriagarse, mientras que los areytos cantos y bailes típicos de los taínos (Tejera 1951 : 24-27, 144-147).

INDIOS Y MESTIZOS EN LA ESPAÑA MODERNA: ESTADO DE LA CUESTIÓN

 

(*)Publicado en El Boletín Americanista que edita el Departamento de Historia de América de la Universidad de Barcelona.

RESUMEN

En el presente artículo hacemos un balance global sobre la temática de los indios y mestizos en la España Moderna. Durante los primeros años hubo un flujo notable de indios que se frenó en la segunda mitad de la centuria, tras la aprobación de las Leyes Nuevas.

Los principales mercados esclavistas de la Península fueron Lisboa y Sevilla. Después de la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542 muchos de estos indios dejaron de ser esclavos para convertirse en criados. En esa misma época se hicieron frecuentes los enlaces entre esclavos negros e indios, denotando la existencia de un status social similar para ambas etnias.

Caso muy diferente fue el de los indios nobles que, por el contrario, recibieron un trato privilegiado. También los mestizos legitimados por sus padres y enviados a la Península gozaron, en función de su disponibilidad económica, de una buena posición social.

PALABRAS CLAVES: indio, cacique, mestizo, esclavo, criado, mercado esclavista, trata.

 

ABSTRACT

In the present article we do a global balance on the subject matter of the Indians and half-caste in the Modern Spain. During the first years there was a notable flow of Indians that was stopped in the second half of the century, after the approval of the New Laws.

The principal markets slave holders of the Peninsula were Lisbon and Seville. After the promulgation of the New Laws of 1542 many of these Indians stopped being slaves to turn into servants. In the same epoch the links became frequent between black and Indian slaves, denoting the existence of a social similar status for both ethnic.

Very different Case was that of the noble Indians who, on the contrary, received a privileged treatment. Also the half-caste ones legitimized by his parents and sent to the Peninsula had a good time, depending on his economic availability, a good social position.

KEY WORDS: Indian, chiefs, half-caste, slave, servant, bought slave holder, treats.

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Hace ya casi una década que emprendimos la ardua tarea de estudiar los indios y los mestizos que, tras el Descubrimiento de América, se embarcaron con destino a la Península Ibérica. Después de varios años de investigación, escudriñando numerosas fuentes tanto manuscritas como impresas, llegamos a la conclusión de que fueron varios miles los que arribaron a nuestras costas a lo largo del quinientos, e incluso, durante la primera mitad del seiscientos, fundamentalmente para abastecer el mercado esclavista peninsular.

Desde un primer momento nuestra intención no fue otra que la de sacar a la luz una página prácticamente inédita de nuestra Historia. Una temática que había sido casi totalmente omitida por la historiografía moderna y contemporánea. El objetivo era, pues, reconstruir el devenir de esta minoría étnica, marginada hasta el extremo de haber sido objeto de un denigrante olvido de la memoria histórica. No obstante, debemos reconocer que en realidad no se trata de un olvido sólo de este grupo étnico sino también de otras minorías de la época, como los esclavos canarios, los berberiscos, los turcos y los orientales que apenas han recibido atención por parte de la historiografía. Por ello, se tiene la errónea impresión de que la servidumbre afectó única y exclusivamente a personas de color, cuándo la realidad fue otra bien distinta.

Es nuestra intención presentar en este artículo una síntesis global de muchos de los aportes que hemos venido dando a la estampa en diversos foros científicos y en revistas americanistas de investigación. Para ello hemos descargado el texto de aparato crítico, limitándonos a remitir a una bibliografía final en la que el lector podrá encontrar información más detallada sobre aspectos concretos.

Pese a todo, huelga decir que son todavía muchas las interrogantes a las que no hemos conseguido dar una respuesta satisfactoria. Por ello, este trabajo es una síntesis de lo que sabemos pero también el punto de partida para futuras y más completas investigaciones que perfilen los no pocos aspectos que todavía desconocemos.

 

 

 

 

 

 

 

PARTE I:

ESCLAVOS, SIERVOS Y CRIADOS

 

1.-LOS MERCADOS DE ESCLAVOS INDÍGENAS

La mayor parte de estos desdichados aborígenes tuvieron el triste destino del mercado esclavista. En Sevilla, en Valencia, en Lisboa, en Córdoba, o sencillamente, en la feria de ganados de Zafra (Badajoz) eran adquiridos al igual que los esclavos negros. Precisamente, el carmonense Silvestre de Monsalve declaró haber comprado a un portugués una india llamada Felipa en la feria de Zafra, "donde se vendían los esclavos".

De todos esos mercados fueron Sevilla y Lisboa donde se vendieron más regularmente. Y era lógico que esto fuera así por dos motivos: primero, porque ya a fines del siglo XV eran los dos grandes centros esclavistas peninsulares. Y segundo, porque ambas ciudades se había erigido en puntos habituales de arribada de los buques procedentes de las Indias españolas y de las portuguesas respectivamente. De hecho, sabemos que en la década de los cuarenta llegó a haber en Sevilla más de doscientos indios esclavos.

Desde los años treinta la legislación se tornó tan severa que el emporio de esclavos indios se desplazó a la capital del vecino reino portugués, es decir, a Lisboa. La reglamentación portuguesa protectora del indio fue mucho más tardía que la española. La primera prohibición de la esclavitud de los nativos brasileños data nada menos que de 1570, y quedaban excluidos los capturados en guerra justa y los antropófagos. Las presiones fueron de tal magnitud que debió ser revocada tres años después, consintiéndose la esclavitud,"excepto en los casos manifiestamente injustos". Como bien afirma Frédéric Mauro, se trataba de "una maneira hipócrita de contornar o problema moral", pues, permitía mantener una institución que ya había sido condenada cuarenta años antes en la Bula del Papa Paulo III (1997: I, 208). Esta permisiva legislación provocó que el indio brasileño apareciese en los mercados españoles hasta mediados del siglo XVII.

Nada tenía de particular que la capital portuguesa tomase el relevo a Sevilla como epicentro en la venta de nativos americanos. No en vano, desde el último tercio del siglo XV, a raíz de la fundación de la "Casa dos Escravos", se había convertido en uno de los grandes mercados del suroeste europeo. Al parecer, entre 1490 y 1530 pasaron por esta institución lusa entre trescientos y dos mil esclavos anuales que se distribuyeron después en España y en otros países europeos. A esta ciudad llegaron varios cientos -quizás miles- de indígenas, procedentes en su mayoría del Brasil. No en vano, en muchos de los pleitos por la libertad de los indígenas los testigos españoles repitieron sin cesar la licencia que había para cautivar indios de tierras del Brasil. Y en este sentido, un testigo presentado en 1559 en un pleito por la libertad de un indio declaró lo siguiente:

 

"Dijo este testigo que sabe y es público y notorio a todos que los brasiles y sus tierras tienen conquista y guerra unas provincias contra otras y se matan y prenden y cautivan a otros y se comen por ser gente que vive sin fe y sin ley cristiana ni razón ni orden de vivir y los que no quieren comer los venden y

rescatan a los portugueses en las provincias que en las dichas partes están de cristianos y todos los esclavos del Brasil que de allá vienen a este Reino todos son habidos por esclavos cautivos y por tales y como todos se sirven de ellos y los compran y venden públicamente..."1.

 

Pero no solo llegaron a Lisboa indios de las colonias portuguesas sino también de las españolas. Estos eran comprados en los centros neurálgicos de las Antillas, como Santo Domingo o La Habana, así como en el Virreinato de Nueva España, siendo vendidos en Portugal como si fuesen naturales de las colonias lusas. En otro juicio por la libertad de un indio, su propietario alegó su naturaleza brasileña, basándose exclusivamente en el hecho de que fue comprado en Lisboa. Las pesquisas del fiscal del Consejo terminaron por demostrar que efectivamente unos años antes había sido vendido en Lisboa por un marinero de Sanlúcar de Barrameda que a su vez lo había adquirido tiempo atrás en la Nueva España.

Pero, también había en muchas ciudades españolas, pequeños traficantes que se dedicaban a comprar indios en la capital portuguesa para luego venderlos en distintos mercados de la geografía peninsular. De hecho, conocemos el caso de un hombre de Baeza, llamado Alonso Sánchez Carretero, que fue a Lisboa a adquirir quince indios, pues tenía por oficio "comprar y vender esclavos" (Mira, 2000: 83). Concretamente, en el importante mercado de Valencia sabemos que en 1509 se vendió un esclavo brasileño, mientras que a fines de 1516 llegaron para su venta otros ochenta y cinco indios de la misma colonia portuguesa (Cortés Alonso, 1964: 60).

Muchos llegaron sin marca alguna a la Península, siendo herrados a su llegada con el hierro real. Evidentemente, con los problemas que había en la Península para demostrar su esclavitud, los propietarios se afanaron en marcarlos a toda costa. No debemos olvidar que prácticamente en todos los procesos se alegaba la marca con el hierro real como prueba irrefutable de su condición de cautivo. Así, en el proceso por la libertad de una nativa, propiedad de un tal Cosme de Mandujana, los testigos alegaron que tan sólo el hecho de estar herrada con el hierro de Su Majestad "basta por título, porque así se había usado y acostumbrado después que esas partes se descubrieron...". Marcándolos creían que evitarían las incómodas pesquisas de los oficiales reales sobre aquellos aborígenes sospechosos de estar sometidos a servidumbre de forma ilegal. Ante tal lesiva práctica la Corona decidió finalmente prohibirla por una disposición expedida el trece de enero de 1532 que no fue suficientemente efectiva, pues, fue incumplida en las décadas posteriores.

Son innumerables los casos que conocemos de indios que llegaron a España sin marca de esclavitud y que fueron herrados con posterioridad. Esto le ocurrió, por ejemplo, a la india Catalina, propiedad del carmonense Juan Cansino, o al indio Pedro, propiedad del capitán Martín de Prado, que lo herró en la cara con una “C”, tras conocer que quería presentar ante el Consejo una querella por su libertad. Doña Isabel Carrillo fue mucho más lejos cuando le colocó a su indio "una argolla de hierro al pescuezo esculpidas en ellas unas letras que dicen esclavo de Inés Carrillo, vecina de Sevilla a la Cestería" (Mira, 2000: 84). No es el único que encontramos con este sufrido collar, muy frecuente también entre los esclavos negros, pues, otro aborigen, llamado Francisco, cuando fue adquirido, su dueño, Juan de Ontiveros, se lo mandó colocar. Pero, incluso, debemos decir que la opción de la argolla no era la más dramática, pues, un indio que Gerónimo Delcia vendió en Sevilla a Diego Hernández Farfán tenía una marca en la cara en la que se podía leer: "esclavo de Juan Romero, 7 de diciembre de 1554" (Gestoso, 2001: 56). Estas marcas en el rostro, selladas a fuego, eran comúnmente aplicadas a los esclavos en la España de la época.

 

2.-EL INDÍGENA EN LA ESTRUCTURA SOCIO-LABORAL

El indio esclavo, al igual que el negro, desempeñó la doble función suntuaria y laboral. Como escribió Franco Silva "según sea la profesión del dueño se puede saber el empleo del esclavo" (1992: 96). Efectivamente los cautivos solían seguir

-de buena o mala gana- la suerte de su señor. También hubo determinados sectores sociales privilegiados que utilizaron al indio básicamente como elemento de ostentación, aunque no fue lo más común. Este último fin se veía favorecido, sobre todo en los primeros años del quinientos por el exotismo que inspiraban estos pintorescos seres. Cristóbal Colón fue el primero que en 1493 los trajo con este fin, pues se paseó por diversas ciudades de la Península con algunos de ellos que fueron "la admiración de todo el mundo". En 1515 la Corona mostró su interés en conocer esos temidos indios caribes que comían carne humana y que eran más recios que ocho o diez taínos. Para ello, ordenaron al tesorero de la Española Miguel de Pasamonte que enviase algunos de ellos, lo cual cumplimentó a través de Gonzalo Fernández de Oviedo que trajo a España un total de diez caribes, seis de ellos de sexo femenino.

Asimismo, en 1521, Hernán Cortés envió, junto al tesoro de Moctezuma, varios nativos para que fuesen admirados en Castilla. Desconocemos cuántos de ellos llegaron a pisar tierra peninsular, pues, como es de sobra conocido, la flota fue interceptada por corsarios franceses, y tan sólo un navío llegó a su destino.

Nuevamente, en 1528, el propio conquistador de Medellín se personó en España con un séquito de treinta y seis indios -uno por cada año que hacía del Descubrimiento de América- vestidos según su costumbre, que al parecer fueron la fascinación de cuantos tuvieron la oportunidad de contemplarlos. Está claro pues, el componente exótico de estos aborígenes, utilizados por algunos de estos ostentosos indianos para llamar la atención en las viejas ciudades españolas.

Sin embargo, ya hemos dicho que lo más común fue que desempeñaran los oficios de sus dueños así como diversas tareas domésticas. De hecho, tenemos detectada su presencia en los tres sectores económicos, es decir: en el primario, en el secundario y en el terciario. En el estado actual de las investigaciones es imposible establecer porcentajes por grupos pero sí que podemos afirmar la presencia del aborigen americano en las más diversas actividades laborales. Entre los poseedores encontramos personajes de la administración, clérigos, mercaderes, zapateros, sastres, tundidores, esparteros, agricultores, cocineros, etcétera.

Entre las altas jerarquías eclesiásticas encontramos a Diego López de Ayala, canónigo de la Catedral de Toledo, Juan Fernández Themiño, "prior, canónigo y provisor de la Santa Iglesia de Sevilla", y a Francisco de Cepeda, capellán del arzobispo de Sevilla. También hay algunos clérigos, como García de Torres, vecino de Medinaceli, Tomás Rodríguez, domiciliado en Córdoba, y un tal Rodrigo, "ermitaño de Nuestra Señora de los Remedios" en la capital Hispalense.

Asimismo, figuraban varios comerciantes, como el sevillano Pero Álvarez, Damián de Jerez o el mercader badajocense Alvar Núñez. También el cosmógrafo de la Casa de la Contratación, Alonso de Chaves, o el consejero de la hacienda de Su Majestad, Pedro Gutiérrez.

También encontramos como propietarios a artesanos del gremio de carpinteros, zapateros o sastres. Oficios que requerían una cierta especialización, y que, obviamente, habían aprendido con posterioridad a su llegada a la Península, normalmente por la simple observación del trabajo de sus dueños. Así, por ejemplo, del indio Francisco Manuel se decía que "había servido cuatro años y más tiempo muy bien y fielmente, haciendo todo lo que le ha mandado así de noche como de día así en su oficio de carpintero como en todas las otras cosas que le ha mandado el dicho Sebastián de Aguilar y su mujer y madre...".

En la puerta de Jerez, en Sevilla vivía otro nativo americano, llamado Juan Díaz, natural de Cubagua, allí tenía instalado su propio taller de sastrería desde la década de los cuarenta. Y también en la capital hispalense encontramos, en 1575, un aborigen llamado Diego, al parecer procedente de las Indias Orientales, que había aprendido el oficio de zapatero con su antiguo dueño portugués y que trabajaba, en calidad de esclavo, en una espartería, majando esparto. Otro indio, llamado Juan, se ganaba la vida trabajando a jornal como tundidor en la villa de Baeza. En las islas Canarias encontramos otros aborígenes trabajando en oficios artesanales, como Pablo -que ejercía como zapatero pese a ser "manco de un dedo de la mano"-, Luis de la Cruz -que trabajaba como curtidor- o otro indio que trabajaba como "maestre de azúcar". Excepcionalmente encontramos en la localidad Gran Canaria de Telde un indio libre que entró como aprendiz por tres años en el taller del curtidor Vicente Bocarando (Lobo Cabrera, 1983: 529). Aun así, no faltan excepciones, es decir, indios que fueron puestos a trabajar en oficios que habían aprendido y desempeñado en sus lugares de origen. Este es el caso llamativo -y por tanto excepcional- de dos indios que se dedicaban a buscar conchas y perlas en las terrazas marinas de Gáldar, también en las islas Canarias (Ibídem).

No cabe duda, pues, que estos aborígenes contaban con una cierta cualificación profesional. Como ya hemos visto esto se pone bien de manifiesto cuando en las sentencias se condenaba a pagar a muchos antiguos propietarios entre diez y doce ducados de indemnización por cada uno de los años servidos. Así le ocurrió a la viuda de Hipólito Sedano, vecina de Monzón, que hubo de pagar doce ducados por cada uno de los catorce años de servicio prestado por un indio suyo llamado Gonzalo. Una cifra parecida, cuatro mil quinientos maravedís anuales, solicitaba el indio Diego por cado año trabajado para su dueño Rodrigo Alonso, vecino de Sevilla2. Tampoco se trataba de grandes cantidades, unos doce maravedís diarios, pero no podemos perder de vista que se trataba, en aquella época, de oficios serviles desempeñados comúnmente por esclavos y por minorías sociales como los moriscos. No en vano, sabemos que una buena parte de los esclavos de la Sevilla del siglo XVI fueron cocineros, olleros, albañiles, curtidores y criados, es decir, desempeñaron justo los mismos oficios que los indios afincados en Castilla, según hemos visto en las líneas precedentes (Morales Padrón, 1977: 103). El hecho de que los indios desempeñasen oficios artesanales no les otorgaba ningún status dentro de la cerrada sociedad española de la Edad Moderna.

Otros nativos desempeñaron oficios de menor cualificación, siendo su indemnización anual por cada año que sirvieron de tan sólo cinco ducados. Se trataba de aborígenes que servían como simples mozos y recaderos, pues no habían aprendido otras habilidades o al menos no habían tenido la oportunidad de desempeñarlas.

Finalmente queremos destacar otra ocupación en la que frecuentemente se empleó al indígena americano, sobre todo a las mujeres, esto es, en las tareas domésticas. A algunas de estas indias se confiaron responsabilidades tales como acompañar a menores de edad en la travesía rumbo a Castilla. Eso le ocurrió a la india Elena, que viajó a España custodiando a una niña de cinco años, llamada María de la Cerda, hija de Vasco Porcallo y de Leonor de Zúñiga. Cuando arribó a tierras españolas la desdichada nativa fue confiscada, mientras la familia suplicaba su devolución pues había criado a doña María "y ahora no se hallaba sin ella". Un caso muy similar es el de una india llamada Juana que viajó en torno a 1536 a España para llevar una cría, vástago de un tal Martín de Valdés.

En ocasiones estas esclavas sufrían los abusos sexuales de sus propietarios. De hecho en 1536 en una carta mandada por el Rey a los oficiales de la Casa de la Contratación se denunciaba lo siguiente:

 

"Que soy informado que algunos marineros y pasajeros y otras personas que vienen de Indias traen consigo algunas mujeres indias por esclavas y otras libres con las cuales, en ofensa de nuestra conciencia y no mirando su instrucción en la fe, tienen acceso carnal y las retienen en sus casas continuando su pecado..."

 

Está claro que las esclavas en la Edad Moderna, además de prestar un servicio en la casa, hicieron las veces de mayordomas, concubinas, mozas e incluso de consejeras de sus señores.

La esperanza de vida de estos indios debió ser muy reducida como lo era a fin de cuentas la de todas las personas de la época. En el caso de los esclavos indios que se vieron rozados a hacer grandes trabajos físicos, junto a los negros, debió ser especialmente corta, quizás los treinta y cinco o los cuarenta años de esperanza media.

Muchos de estos esclavos, tras ser liberados, acababan sus días como indigentes en las calles de las principales localidades españolas. Para evitar esta lamentable situación el Rey acabó por conceder pasaje gratuito a sus regiones de origen a todos aquellos que se encontrasen en esta situación tan comprometida. Concretamente, sabemos que en Triana vivía un indio ciego que sobrevivía de las limosnas que obtenía mendigando por las calles. Estos desdichados seres engrosaron la larga lista de mendigos y miserables que proliferaron en Sevilla a la sombra de las opulencias que paradójicamente generó el Nuevo Mundo.

 

3.-LA TRATA DESPUÉS DE LAS LEYES NUEVAS

A partir de la promulgación de las Leyes Nuevas, en 1542, el indio fue declarado libre y las circunstancias cuanto menos legales cambiaron sustancialmente. En general, podemos decir que el tráfico se ralentizó, disminuyendo considerablemente. Pero es importante subrayar que, aunque descendió su volumen, el flujo continuó. Y todo ello debido a dos causas: una, a que, como ya hemos afirmado, los portugueses no prohibieron la esclavitud de los nativos del Brasil. Y otra, a la permisividad –quizás prevaricación- de algunas autoridades españolas que no observaron, como debían, la legalidad vigente. Por ello continuaron entrando de forma ininterrumpida indios, en su mayor parte a través del puerto de Lisboa.

Una vez vendidos, y teniendo en cuenta que sus poseedores solían ser personas poderosas, o al menos influyentes en su entorno local, era difícil convencerlos para que los liberasen. No olvidemos que, en muchos casos el comprador había sido engañado por el mercader y disponía de un documento tan legal como era la carta de compra-venta.

Así, pues, la legislación no acabó a corto plazo con la esclavitud, aunque a medio o largo plazo sí que supuso el punto de partida de su supresión. Efectivamente, gracias a la política proteccionista del indio por parte de las autoridades españolas el flujo disminuyó considerablemente desde la década de los cuarenta y se hizo prácticamente insignificante en la centuria decimoséptima.

Pero queremos aclarar un punto, ¿qué pasó con los indios que ya estaban con anterioridad en la Península sirviendo como esclavos? Pues, bien, la mayor parte de ellos no retornó a sus lugares de origen. La decisión, en unos casos, fue forzada por su precaria situación económica muy a pesar de que la Corona, ante la situación de desamparado en la que algunos de ellos cayeron, decidió pagar el pasaje a todos aquellos que optaron voluntariamente por regresar a sus respectivos lugares de origen. En otros casos debió ser por falta del valor suficiente, de la energía o del espíritu adecuado para llevar a cabo una travesía dura e incierta. Pero probablemente la mayor parte de ellos decidieron quedarse voluntariamente y de buen grado. Y era lógico porque casi todos ellos hacía décadas que residían en España y muchos, incluso, habían nacido ya en la Península. Realmente, su tierra y su realidad no era ya su lugar de origen en el continente americano sino España.

Está claro que el grueso de los indios ahorrados se quedó en la casa de su antiguo dueño, sirviéndoles en calidad de criados. La nueva situación se asemejaba mucho a la anterior, quizás con la única excepción de que, en adelante, estarían adscritos a una familia y no se podrían vender en el mercado esclavista. Y esta idea la vamos a ratificar a través de un documento del último tercio del siglo XVII. Se trata de un texto de gran interés sobre todo por su fecha tan tardía que demuestra que, más de un siglo después, todavía había criados indios en ciertos hogares españoles que además eran tenidos prácticamente por esclavos. En este documento, fechado en Badajoz el cinco de julio de 1675, una monja, Leonor Vázquez, ratificaba ante notario la condición libre de una criada india que poseía, llamada María. En dicha fe notarial reconoce haber tenido en su casa a una india llamada Ana, a su hija Felipa y, finalmente, a la nieta de la primera, llamada María. Ratificaba su condición de persona libre porque eran consideradas por los vecinos como "esclavas" pese a que no lo eran (Marcos Álvarez, 2001: 273). De todas formas parece obvio que su situación era tan similar a la del esclavo, que todos los que la conocieron la tuvieron como tal y solo una fe notarial pudo dar solidez a la condición libre de la desdichada María. En estos casos concretos, todo parece indicar que estos indios dejaron de tratarse como esclavos pero adoptaron un papel muy similar como criados que apenas distaba nada de su antigua condición servil.

 

 

4.-LOS ZAMBOS: UNA MINORÍA ENTRE DOS MUNDOS

En las primeras décadas del quinientos, cuando el número de indios en el sur de España era considerable encontramos numerosos casos de matrimonios entre indios, entre mestizos o entre ambos. Así, en la década de los treinta vivían en la collación de San Vicente de Sevilla al menos dos matrimonios de indios, uno formado por Francisco Pérez y la india Catalina "su legítima mujer" y otro por Francisco e Isabel que eran criados de Diego Suárez y de Inés Bernal. Trece años después, concretamente en 1549, se desposó, en la iglesia de Santa Ana de Sevilla, el indio Juan de Oliveros con una mujer de su misma raza que vivía en Triana, llamada Inés (Mira, 2000, 73).

Sin embargo, en la segunda mitad de la centuria dejan de aparecer bodas entre indios y se hacen más frecuentes las uniones entre indios o mestizos y negros. Y todo ello debido a varias causas obvias, a saber: primero, porque, debido al cumplimiento más estricto de las prohibiciones sobre la trata, la cantidad de indios que había en la península menguó de forma considerable de forma que debía ser realmente difícil el encuentro entre indios e indias. Y segundo, porque el matrimonio con blancos era impensable en esta época, si no por una cuestión racial al menos sí por razones sociales. Por ello, el número de matrimonios entre indios y blancos fue insignificante o nulo. Punto aparte es el hecho de que algunas mestizas legitimadas, y sobre todo adineradas, llegaran a casarse con españoles. Algunos casos muy importantes conocemos. Pero absolutamente impensable y casi imposible debieron ser los matrimonios entre hombres indios o mestizos y mujeres españolas.

En cambio, disponemos de numerosos casos de enlaces entre negros e indios. Así, el nueve de mayo de 1572 se casaron en la parroquia de San Vicente de Sevilla, Pedro, indio natural de las Indias de Portugal, y Violante, negra, ambos criados de Diego de Luyando. Curiosamente, once meses después bautizaban a su primera hija, Bernardina, que debía ser zamba, aunque en la partida de bautismo constan ambos progenitores como indios, quizás porque ella asimiló el patrón racial de su marido3.

En adelante será muy frecuente a la hora de describir a los indios decir que era esclavo "mulato indio", denotando claramente su doble ascendencia negra e india. Era el caso del indio Domingo, descrito como "esclavo mulato membrillo cocho", vendido en Llerena el quince de febrero de 1599. También en Jerez de los Caballeros se vendió, el catorce de septiembre de 1628, por mil quinientos reales, una esclava "mulata india", de doce o trece años de edad.

Y no son las únicas referencias, pues, en otros documentos no se cita el carácter mulato del indio en cuestión pero sí que se dice que su color es moreno, oscuro o “baço”. Con estos adjetivos son citadas, en 1675, las indias Ana y Felipa que vivían en Badajoz. Obviamente, no debían ser exactamente indias sino zambas, descendientes de indio y negro, en distintos grados de miscigenación.

 

 

PARTE II:

LAS ELITES INDIAS Y MESTIZAS

 

 

1.-CACIQUES Y CURACAS EN ESPAÑA

Como ya hemos afirmado, desde un primer momento las autoridades españolas tuvieron un trato muy diferente y favorable con los indios pertenecientes a la élite política. Se trataba de una actitud que tenía antiguas raíces históricas en España, pero que además tenía precedentes cercanos espacial y temporalmente. De hecho los portugueses, en su proceso de expansión atlántica por el África Negra en el siglo XV, habían llevado una política similar de respeto a los privilegios de los reyezuelos locales.

La postura oficial fue la del reconocimiento de la nobleza indígena lo cual tenía su lógica interna, mucho más allá de la tradición histórica. Entre las autoridades españolas siempre se tuvo la certeza de que, atrayéndose a la élite indígena, se podría controlar mucho más fácilmente al resto de los nativos. Por ello, una de las principales estrategias utilizadas por las autoridades españolas para hispanizar al indígena fue precisamente, como afirma István Szászdi, la conversión y transformación de los caciques en vasallos ejemplares a los ojos de sus distintas comunidades indígenas (1999: 31).

La legislación de esta realidad no se hizo esperar. Desde las primeras décadas del siglo XVI se expidieron una serie de leyes tendentes a equiparar el status de la nobleza indígena con el de los hidalgos castellanos. De hecho, desde muy pronto se expidieron autorizaciones para que algunos indios de alto rango social utilizasen el título de "don". Concretamente, tal merced fue concedida en la temprana fecha de 1533 a don Enrique, indio alzado en las sierras del Bahoruco en la Española y, con posterioridad, a un sinnúmero de indios. Y hasta tal punto fue cierta la intención de equiparar a estos caciques con la nobleza española que incluso encontramos algún caso, como el del indio Melchor Carlos Inga, descendiente de Hueyna Capac, a quien en 1606 se autorizó su ingresó como caballero de la Orden de Santiago.

Este reconocimiento social se vio siempre acompañado de una política educativa que priorizaba a los hijos de los caciques, una política que dio grandes frutos desde los inicios de la colonización antillana. Un buen número de caciques y de mestizos fueron traídos a lo largo del quinientos a la Península para ser educados en colegios y en conventos españoles.

Disponemos de abundante documentación sobre la llegada a la Corte Real española de indios de alto rango. En 1533 arribaron a nuestras costas don Pedro Moctezuma y el indio don Gabriel, permaneciendo varios años y recibiendo los honores y privilegios propios de su status social. Antes de su vuelta a México el rey le hizo una merced nada menos que de dos mil pesos de oro a perpetuidad (Mira, 2003:4).

En mayo de 1554 llegó preso a la Península don Francisco Tenamaztle, cacique de la región de Nueva Galicia, solicitando su libertad y la de su pueblo. El trato dispensado por la Corona fue muy cordial y generoso acorde con su rango caciquil y en consonancia con la política que desarrollaba la Corona desde los primeros tiempos de la colonización. De hecho, el Emperador dejó dispuesto por una Real Cédula, dada en Valladolid el diez de mayo de 1554 y refrendada del secretario Samano, que se abonasen al dicho indio cuatro reales diarios para su mantenimiento durante "todo el tiempo que estuviese en esta corte" a contar desde el cuatro de mayo del citado año. Y, en vista del trato recibido y de la pensión diaria a costa de las arcas reales, el ilustre indio decidió quedarse una larga temporada en la Península, para "conocer" bien los reinos de España (Mira, 2003: 4-5). No sabemos mucho más sobre su estancia en la Península, sus actividades, los lugares visitados, etcétera porque la documentación es parca al respecto. Sin embargo, sí sabemos que estuvo en tierras castellanas hasta el diez de noviembre de 1556, fecha en la que falleció, después de haber permanecido postrado en una cama desde septiembre de 1556.

Por esas mismas fechas pasó por la Corte el cacique de Utlatlán, don Juan, y seis años después, e cacique don Francisco Inga Atabalipa. Este último acudió a la Corte para hablar de asuntos relacionados con su comunidad. El veintitrés de agosto de 1563 se expidió una Real Cédula para que se le abonasen al citado cacique los maravedís que fueran necesarios para su sustento.

Y casi inmediatamente después se personó en la corte del Rey Prudente don Luis de Velasco, cacique de la Florida, con otro indio que le servía en calidad de criado. No sabemos cuándo arribó a la Península pero sí que en diciembre de 1566 se encontraba en Madrid, localidad en la que residió hasta el doce de junio de 1567 "en que el dicho indio se fue a Sevilla". No sabemos por qué motivo el trato dispensado a este indio fue muy especial. Además de la pensión de cinco reales diarios, abonados entre primero de enero de 1567 y el doce de junio del mismo año, a este cacique se le agasajó con todo tipo de lujos que costaron a la Corona varias decenas de miles de maravedís. Por un lado, la residencia del indio en una posada de Madrid, fue abonada aparte, a través del beneficiado de la iglesia de Santa Cruz de Madrid, que a la sazón había sido el encargado de buscarle una residencia adecuada en la capital española.

Hacia 1584 se personó en la Corte Pedro de Henao, cacique de los pueblos de Ypiales y de Potosti –actual Ecuador-.En esta ocasión afirmó que era la segunda vez que estaba en España, aunque no tenemos ninguna referencia documental más sobre su primera estancia. Sea como fuere, en 1584 acudía con la intención de informar al Rey de los excesos que cometían los españoles con los indios de su cacicazgo, forzándolos a trabajar por tan solo seis reales al mes4.

También en esta ocasión el trato que recibió de la Corona fue exquisito, no escatimándose gastos para que el cacique se encontrase en la Península lo mejor posible. Para su estancia en Madrid, en una posada, manutención, vestido y calzado, así como por los gastos derivados de una enfermedad que padeció en la capital se desembolsaron nada menos que 1.279 reales, es decir, poco más de 116 ducados. Asimismo, se destinaron 243 reales para pagar los gastos del viaje de regreso de Madrid a Sevilla. No se abonó el pasaje porque llevaba un salvoconducto para que el general de la flota le diese, en la capitana o en la almiranta, pasaje gratuito a él y su criado, así como las raciones de comida que les correspondiesen.

Tres años después, se personaron en el Escorial dos caciques indios, procedentes de la entonces provincia de Quito. Su intención era muy diferente. El primero de ellos, don Sebastián de Guara Mitimac, cacique de los indios de “Pipo” –según su propia declaración-, en la provincia de Quito, solicitaba ayuda frente a la ocupación que habían hecho los españoles de las tierras de los indios de su cacicazgo 5. El segundo, don Hernando Coro de Chávez, tenía un interés más personal, pues pedía que siendo como era descendiente de los Incas, se le permitiese traer espada y daga6. No sabemos prácticamente nada de su estancia en la Península pero ambos obtuvieron sendas cédulas satisfaciendo sus peticiones.

 

2.-LA FORMACIÓN DE UNA ARISTOCRACIA MESTIZA EN ESPAÑA

La Corona se mostró muy favorable a la traída de mestizos a la Península con la intención evidente de apaciguar los ánimos de un grupo especialmente activo. Por ello, desde 1513, encontramos numerosas licencias en este sentido. Concretamente en enero de este último año se otorgó una autorización a un tal Juan García Caballero para llevar a Castilla a dos hijos suyos habidos con una indígena. Nuevamente, el fin aparece sumamente explícito, es decir, doctrinarlos y enseñarlos "en las cosas de nuestra Santa fe Católica". Posteriormente, entre 1515 y 1524, tenemos noticias de al menos quince licencias más de estas características, referidas todas ellas a mestizos nacidos en las Antillas Mayores y en Tierra Firme.

Pero, es más, en 1524 la Corona legalizó la migración de mestizos a Castilla, eximiendo de la licencia Real como hasta entonces había sido habitual. Efectivamente, expidió una autorización para que todas aquellas indias "que tuviesen hijos de un español" pudiesen embarcarlos don destino a la Península, con tan sólo un informe del gobernador de la provincia de donde fuese natural. Desde entonces la libertad de los mestizos para pasar a la Península fue absoluta. Pese a todo la Real Cédula de 1524 sólo se refería a los mestizos menores de edad que viajasen con su madre. En el caso de ser mestizos adultos y arraigados a la tierra seguía siendo necesaria la pertinente autorización. De hecho, conocemos algunas licencias expedidas con posterioridad a esta fecha.

Pero también las propias familias fomentaron su arribada a España pues querían un futuro mejor para estos hijos aunque, en su mayor parte, fuesen solo naturales. En las primeras décadas de la colonización esto no fue demasiado difícil porque, como bien se ha escrito, "la primera generación de mestizos se fue del lado español".

Llegó a haber tal número de mestizos afincados en España y su poder económico fue tal que se puede hablar de la existencia de una auténtica aristocracia mestiza. Un grupo que debió ser muy respetado por su considerable poder económico.

Casos particulares tenemos muchos, algunos muy conocidos como el del Inca Garcilaso de la Vega o don Juan Cano Moctezuma. Este último, nieto del emperador azteca, hijo de la princesa Teixtalco de Tacuba y del cacereño Juan Cano Saavedra. Juan Cano Moctezuma y sus descendientes formaron parte de la más selecta élite aristocrática de la sociedad cacereña.

No menos rica llegó a ser doña Francisca Pizarro Yupanqui, hija del conquistador del Incario y de la princesa Inca Quispe Cusi, nieta de Huayna Capac. Tras la muerte de su padre, su tío Gonzalo Pizarro planeó casarse con ella para fundar una dinastía en Perú. Pero finalmente, tras el fallecimiento de éste, don Pedro de La Gasca la envió a España, donde se desposó curiosamente con su otro tío Hernando Pizarro. La ceremonia tuvo lugar al parecer en 1552 en el Castillo de la Mota de Medina del Campo, donde se encontraba confinado el único superviviente de los conquistadores del Perú. Junto a su marido se dedicó a intentar recuperar la fortuna de los Pizarro. De forma que cuando en 1578 enviudó era una de las mujeres más ricas de España. Pocos años después se casó en segundas nupcias con un arruinado noble extremeño, llamado Pedro Arias Portocarrero, Conde de Puñonrostro, con quien vivió en Madrid hasta su muerte en 15987. A juzgar por el inventario de sus bienes, realizado entre junio y septiembre de 1598, aún siendo aún considerable, es probable que malgastara gran parte de su fortuna en el esplendor de la corte madrileña.

Pero al margen de estos casos, llamativos y muy conocidos, hubo centenares menos conocidos para la historiografía. Fueron muchos los españoles que legitimaron a sus hijos mestizos, nombrándolos en sus testamentos como sus herederos. Esto fue lo que hizo un encomendero de Fregenal de la Sierra, llamado Francisco Marmolejo, que dictó su testamento en Nata (Castilla del Oro) el veinticuatro de febrero de 1531. En él reconoció a sus dos hijos Francisco y Macaríes de Marmolejo, habidos con una india naboría que él mismo tenía en repartimiento y otorgándole a cada unos doscientos pesos de oro. Asimismo decidió que sus hijos debían marchar a Castilla, destinando cincuenta pesos de oro para cada uno de sus pasajes. La hija debía ingresar con los doscientos pesos en el monasterio franciscano de Nuestra Señora de la Concepción de Fregenal, mientras que su hijo quedaría a cargo de su hermano Diego de Marmolejo para que "le doctrine y enseñe en las cosas que le pareciere que debe ser enseñado como hijo de quien es..." (Guerra, 1978: 468-469). Esta claro que para su hija, Marmolejo había buscado lo que Juan Gil denomina "el lugar ideal donde recluir a las hijas naturales" (1997: 30). Pese a todo la joven mestiza jamás llegó a pisar tierra española porque murió poco después de dictar su padre el testamento, según se deduce de un codicilo otorgado el dos de abril. En cuanto a su hijo, Francisco Marmolejo, sabemos que siete años después seguía en Nueva España, pues recibió una autorización para vender sus bienes y marcharse a Sevilla. Por desgracia esto es todo lo que podemos decir de este mestizo al que se le pierde la pista desde este momento.

En 1547 el contador de Nicaragua, Andrés de Covarrubias, pidió permiso para retornar a las Indias con un mestizo de siete u ocho años que había traído consigo. Precisamente en ese mismo año detectamos la presencia en España de otros dos mestizos originarios de Cuba, un hijo de Esteban de Lagos y el otro un vástago de Juan de Barrios. Ambos fueron enviados a finales de 1546, junto al licenciado Estévez, para "ponerlos en un estudio" en Sevilla. En marzo de 1547 solicitaron su retorno a Cuba, alegando problemas de salud.

Otros mestizos, como Diego de Ávila, no corrieron tanta suerte. Pertenecía a una familia acomodada de la Nueva España y hacia 1549 o 1550 vino a España animado por un deseo de conocer las tierras del otro lado del océano. Una vez en Sevilla, se convirtió en paje de Antonio de Osorio que lo llevó consigo en su viaje a Roma. En 1556, de regreso en España, enfermó, siendo ingresado en el hospital del Amor de Dios de Sevilla, donde murió en 1557 no sin antes disponer para dicha institución benéfica la tercera parte de su pequeña fortuna

Por su parte, el capitán Gómez Hernández, natural de Montijo (Badajoz), declaró en su testamento, redactado en Cartagena de Indias el 7 de agosto de 1569 que tenía un hijo y una hija, ambos naturales, habidos con sendas indias de su repartimiento. Ambos quedaban en su testamento legitimados, disponiendo para ellos la mitad de sus bienes, una vez pagadas las mandas dispuestas. La hija mestiza, llamada Isabel Hernández, estaba ya en el momento de redactar su última voluntad en Montijo en poder de Elvira López, una prima suya8. No sabemos mucho más de ella, que debió convertirse, de la noche a la mañana, en una de las mujeres más ricas de Montijo.

Finalmente, mencionaremos el caso de un comerciante, natural de Talavera la Real, llamado Juan del Campo que hizo una enorme fortuna en la Villa Imperial de Potosí. Tras fundar un convento en su tierra natal reconoció un hijo natural mestizo, llamado Francisco del Campo Saavedra, que tras estudiar varios años en la Universidad de Lima lo envió a la de Salamanca para que completara sus estudios teológicos. Para su traslado dio poder a Alonso Muñoz, a quien le entregó cuatrocientos pesos de plata para los gastos del viaje. Una vez en Salamanca le debía dar a su hijo entre doscientos y doscientos cincuenta ducados anuales, según sus necesidades, siempre y cuando perseverara en sus estudios. Una vez que se ordenase sacerdote lo dejaba como capellán del convento de carmelitas de su aldea natal. Y dicho y hecho, Francisco del Campo acabó sus estudios en Salamanca y marchó a vivir al pueblo de Talavera la Real, donde vivió holgadamente como capellán del citado convento (Méndez Venegas, 1987: 70).

Pero, junto a esta élite mestiza también encontramos otros de baja extracción social, hijos de las esclavas y siervas indias que había en la Península. Unos mestizos de condición social muy humilde que vivieron y murieron sin llegar a conocer sus raíces americanas. Así, por ejemplo, el 3 de septiembre de 1559 se bautizaron en la parroquia de Santa María del Castillo de Badajoz dos mestizos, llamados Juan y Diego, "hijos de Catalina Sánchez, prieta de Leonor de Chávez” (Mira, 2000: 93). La condición de estos mestizos ilegítimos –sin padre conocido- debió ser libre, al menos así lo disponía la legislación. En cualquier caso es obvió que jamás llegaron a disfrutar del mismo status social que el resto de los españoles, pues el color de su piel delataba su origen.

En definitiva, aunque no sabemos el número exacto de mestizos que llegó a haber en la Península parece claro que debieron ser numerosos y no pocos de ellos muy poderosos desde el punto de vista económico.

 

CONCLUSIONES

 

Como puede observarse en las páginas precedentes no es poco lo que se ha hecho en torno a esta minoría étnica en la Península Ibérica. Pero también es cierto que es mucho lo que queda por hacer para que algún día tengamos un conocimiento más o menos nítido de esta temática.

Los estudios siguen siendo aún escasos, pues, además de nuestros trabajos contamos con un reducido número de ensayos entre los que no podemos dejar de citar los de Alfonso Franco (1978a; 1978b; 1979; 1992), Juana Gil-Bermejo (1983; 1990), Amadeo Julián (1997) y Juan Gil (1997), entre algunos otros. También han sido muy importantes para entender el contexto legal los aportes de García Añoveros (2000) en torno al pensamiento sobre la condición de los indios. Dada la parquedad bibliográfica, el esfuerzo debe centrarse en escudriñar la documentación que se conserva en distintos repositorios nacionales y locales. En el Archivo General de Indias, hay documentación inédita en las secciones de Indiferente General, Justicia, Contratación y Patronato. También en el Archivo General de Simancas, como en el de Indias, es posible todavía encontrar material documental inédito sobre la cuestión.

Pero también existen centenares de referencias en los archivos locales andaluces y extremeños, en los parroquiales y en los protocolos notariales. El problema es que toda esta documentación local presenta graves inconvenientes. Para empezar se trata de un material ingente, imposible de abarcar por una sola persona. Por poner un ejemplo concreto, diremos que tan sólo la documentación notarial existente en Sevilla desde 1525, año en el que acabó Franco Silva su estudio sobre la esclavitud, hasta 1600 sería suficiente para realizar varias tesis doctorales. Sin duda es necesario esperar a que estos estudios sobre la esclavitud en las distintas ciudades y villas españolas se vayan realizando y publicando para ir conociendo la presencia de indios en las distintas regiones españolas. Además, tampoco la documentación local es la panacea, pues no siempre se menciona la etnia del esclavo. Este problema es especialmente agudo en el caso de los registros sacramentales ya que esta información depende exclusivamente de la minuciosidad del sacerdote que redacta la partida. Pero, incluso, en el caso de que se mencione su condición de indio existen tres procedencias posibles que casi nunca se especifican, a saber: la América Española, la América portuguesa y, finalmente, la mismas Indias orientales, donde los portugueses poseían diversas factorías. Sabemos que, desde 1512, llegaron a la Península unos pocos centenares de asiáticos, siendo el resto naturales del continente americano. Por tanto, los oriundos de Asia constituyeron una reducidísima minoría dentro de los ya de por sí minoritarios aborígenes americanos. Distinguir ya cuántos de ellos procedían de la América Española y cuántos del Brasil es en estos momentos una tarea imposible.

Por otro lado, el hecho de que nos hayamos centrado en el siglo XVI no significa que no hubiese indios en la siguiente centuria. Existen algunas investigaciones, como la que Ndamba Kabongo realizó sobre la esclavitud en Córdoba entre 1600 y 1621, en las que se detecta la presencia de algunos esclavos americanos. Asimismo, y por citar algún caso concreto, el catorce de septiembre de 1628 se vendió en Jerez de los Caballeros (Badajoz) una esclava de origen indio, mientras que en El Pedroso vivía, en 1640, un indio, al parecer libre, llamado Miguel García, que asistió como testigo a un bautizo celebrado en la iglesia parroquial de dicha localidad (Mira, 2000: 17).

En cualquier caso, todo parece indicar que la afluencia de esclavos indios a la Península se ralentizó considerablemente en el seiscientos, siendo la mayor parte de ellos procedentes de la América portuguesa.

 

 

 

 

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3 Archivo Parroquial de San Vicente de Sevilla, Libro de Bautismo Nº 6, fol. 185v.

4 Real Cédula al presidente y oidores de la audiencia de Quito, San Lorenzo, 22 de agosto de 1584. AGI, Audiencia de Quito 211, Lib. 2, fol. 129v.

5 Real Cédula al presidente y oidores de la Audiencia de Quito. San Lorenzo del Escorial, 4 de abril de 1587. AGI, Audiencia de Quito 211, Lib. 2, fol. 196v.

6 Real Cédula al presidente y oidores de la Audiencia de Quito, San Lorenzo, 4 de abril de 1587. AGI, Audiencia de Quito 211, Lib. 2, fol. 197r.

7 A esta mestiza dedicó el escritor peruano Álvaro Vargas Llosa una magnífica novela histórica, titulada La mestiza de Pizarro. Una princesa entre dos mundos (Madrid, Aguilar, 2003).

8 Testamento del capitán Gómez Hernández, Cartagena de Indias, 7 de agosto de 1569. AGI, Justicia 1185, N. 1, R. 4.

ESTEBAN MIRA CABALLOS